lunes, 31 de diciembre de 2012



Un lobo que comía un hueso, se le atragantó el hueso en la garganta.


Corría aullando por todas partes en busca de auxilio.

Encontró a una grulla y le pidió que le salvara de aquella situación, y que enseguida le pagaría por ello. La grulla aceptó e introdujo su cabeza en la boca del lobo, sacando de la garganta el hueso atravesado. En seguida la grulla pidió al lobo la paga convenida.

- Oye amiga – dijo el lobo –
- ¿No crees que es suficiente paga con haber sacado tu cabeza sana y salva de mi boca?

Nunca hagas favores a malvados o corruptos, 
pues mucha paga tendrías 
si te dejan sano y salvo … 

Fuente: fábula de Esopo

domingo, 30 de diciembre de 2012

El médico ignorante



Un médico ignorante trataba a un enfermo.

Los demás médicos habían asegurado que, aunque no estaba en peligro, su mal sería de larga duración; únicamente el médico ignorante le dijo que tomara todas sus disposiciones porque no pasaría del día siguiente.

Al cabo de algún tiempo, el enfermo se levantó y salió, pálido y caminando con dificultad. Nuestro médico le encontró y le dijo:

- ¿Cómo están, amigo, los habitantes del infierno?

- Tranquilos – contestó -, porque han bebido el agua del Lecteo.

- Pero últimamente Hades y la Muerte proferían terribles amenazas contra los médicos porque no dejan morir a los enfermos, y a todos los apuntaban en su libro. Iban a apuntarte a tí también, pero yo me arrojé a sus pies jurándoles que no eras un verdadero médico y diciendo que te habían acusado sin motivo.

Ten cuidado 
con los que pretenden arreglar tus problemas 
sin tener preparación para ello.

Fuente: fábula de Esopo

sábado, 29 de diciembre de 2012

El oso habla



Esta la historia de un sastre, un zar y un oso.


Un día, el zar descubrió que uno de los botones de su chaqueta preferida se había caído.

El zar era caprichoso, autoritario y cruel (como todos los que se enmarañan durante demasiado tiempo en el poder). Así que furioso por la ausencia del botón, mando buscar al sastre y ordenó que a la mañana siguiente fuera decapitado por el hacha del verdugo.

Nadia contradecía al emperador de todas la Rusias, así que la guardia fue hasta la casa del sastre y, arrancándolo de entre los brazos de su familia, lo llevó a la mazmorra del palacio para esperar allí la muerte.

Al atardecer, cuando el carcelero le llevó al sastre la última cena, esté meneó la cabeza y musitó:
- pobre zar.

El guardia no pudo evitar la carcajada.
- ¿Pobre zar? Pobre de ti.
- Tu cabeza quedará bastante lejos de tu cuerpo mañana mismo.
- Tu no lo entiendes – dijo el sastre – ¿Qué es lo más importante para nuestro zar?
- ¿lo más importante? – contestó el guardia – . No lo se. Su pueblo.
- No seas estúpido. Digo algo realmente importante para él.
- ¿Su esposa?
- ¡más importante!
- ¡los diamantes! – creyó adivinar el carcelero.
- ¿qué es lo más le importa al zar en el mundo?
- ¡Ya lo se! ¡su oso!
- ¿y?
- Mañana, cuando el verdugo termine conmigo ..
- .. el zar perderá su única oportunidad de conseguir que su oso hable.
- ¿Tú eres entrenador de osos?
- Un viejo secreto familiar – dijo el sastre – Pobre zar.

Deseoso de ganarse favores con el zar, el pobre guardia corrió a cantarle al soberano su descubrimiento.

¡el sastre sabia enseñar a hablar a los osos!

El zar estaba encantado. Mandó a buscar inmediatamente al sastre, y cuando lo tuvo frente a si le ordenó:
- ¡Enséñale a mi oso nuestro lenguaje!

El sastre bajó la cabeza.
- Me encantaría complacerle, ilustrísima
- pero enseñar a hablar a un oso es una tarea ardua y lleva tiempo.
- lamentablemente, tiempo es lo que menos tengo.
- ¿Cuánto tiempo llevará el aprendizaje? – preguntó el zar.
- Depende de la inteligencia del oso…
- ¡El oso es inteligente! – interrumpió el zar
- De hecho es el oso más inteligente de todos los osos de Rusia.
- Bien. Si el oso es inteligente y siente deseos de aprender ..
- .. el aprendizaje duraría aproximamente ¡dos años!

El zar pensó durante un momento.

- Bien tu pena será suspendida durante dos años mientras entrenes al oso.
- ¡Mañana empezarás! – ordenó.
- Alteza – dijo el sastre
- Si tú mandas al verdugo a ocuparse de mi cabeza, mañana estaré muerto.
- Mi familia se las ingeniará para sobrevivir.
- Pero si me conmutas la pena, ya no tendré tiempo para dedicarme a tu oso.
- Deberé trabajar de sastre para mantener a mi familia.
- Eso no es un problema – dijo el zar
- A partir de hoy, y durante dos años, tú y tu familia estaréis bajo la protección real.
- Seréis vestidos, alimentados y educados con el dinero del zar.
- Nada que necesitéis o deseéis os será negado.
- Pero, eso si: si dentro de dos años el oso no habla ..
- .. te arrepentirás de haber pensado esta propuesta.
- Rogarás que el verdugo te hubiera matado.
- Entiendes, ¿verdad?
- Si, alteza.
- Bien, ¡guardias! – grito el zar
- Que lleven al sastre a su casa en el carruaje de la corte.
- Dadle dos bolsas de oro, comida y regalos para los niños.
- ¡Ya! ¡Fuera!

El sastre, en reverencia y caminando hacia atrás, empezó a retirarse mientras musitaba agradecimientos.
- No lo olvides – le dijo el azar apuntándolo con el dedo directamente a la frente
- si en dos años el oso no habla ..

Cuando todos en casa lloraban por la pérdida del padre de familia, el sastre apareció en la casa en el carruaje del zar, sonriente, eufórico y con regalos para todos. La esposa del sastre no cabía en sí de asombro. Su marido, al que pocas horas antes se le había llevado al cadalso, volvía ahora, acaudalado y exultante.

Cuando estuvieron solos, el hombre le contó los hechos
- ¡Estás loco! – gritó la mujer
- ¡Enseñar a hablar al oso del zar!
- Tú, que ni siquiera has visto a un oso de cerca.
- Estás loco. Enseñar a hablar a un oso.
- Loco, estás loco.
- Calma, mujer, calma.
- Mira, me iban a cortar la cabeza mañana al amanecer.
- y ahora tengo dos años.
- En dos años pueden pasar tantas cosas.
- En dos años – siguió el sastre – se puede morir el zar.
- Me puedo morir yo.
- Y lo más importante: ¡A lo mejor el oso habla!

Jorge Bucay

viernes, 28 de diciembre de 2012

El gigante egoísta





Cada tarde, a la salida de la escuela, los niños se iban a jugar al jardín del Gigante.

Era un jardín amplio y hermoso, con arbustos de flores y cubierto de césped verde y suave. Por aquí y por allá, entre la hierba, se abrían flores luminosas como estrellas, y había doce albaricoqueros que durante la Primavera se cubrían con delicadas flores color rosa y nácar, y al llegar el Otoño se cargaban de ricos frutos aterciopelados. Los pájaros se demoraban en el ramaje de los árboles, y cantaban con tanta dulzura que los niños dejaban de jugar para escuchar sus trinos.

- ¡Qué felices somos aquí! – se decían unos a otros.

Pero un día el Gigante regresó. Había ido de visita donde su amigo el Ogro de Cornish, y se había quedado con él durante los últimos siete años. Durante ese tiempo ya se habían dicho todo lo que se tenían que decir, pues su conversación era limitada, y el Gigante sintió el deseo de volver a su mansión. Al llegar, lo primero que vio fue a los niños jugando en el jardín.

- ¿Qué hacen aquí? – surgió con su voz retumbante.

Los niños escaparon corriendo en desbandada.

- Este jardín es mío. Es mi jardín propio – dijo el Gigante.

- Todo el mundo debe entender eso y no dejaré que nadie se meta a jugar aquí.

Y, de inmediato, alzó una pared muy alta, y en la puerta puso un cartel que decía:

ENTRADA ESTRICTAMENTE PROHIBIDA
BAJO LAS PENAS CONSIGUIENTES

Era un Gigante egoísta… Los pobres niños se quedaron sin tener dónde jugar. Hicieron la prueba de ir a jugar en la carretera, pero estaba llena de polvo, estaba plagada de pedruscos, y no les gustó. A menudo rondaban alrededor del muro que ocultaba el jardín del Gigante y recordaban nostálgicamente lo que había detrás.

- ¡Qué dichosos éramos allí! – se decían unos a otros.

Cuando la Primavera volvió, toda la comarca se pobló de pájaros y flores. Sin embargo, en el jardín del Gigante Egoísta permanecía el Invierno todavía. Como no había niños, los pájaros no cantaban, y los árboles se olvidaron de florecer. Sólo una vez una lindísima flor se asomó entre la hierba, pero apenas vio el cartel, se sintió tan triste por los niños que volvió a meterse bajo tierra y volvió a quedarse dormida.

Los únicos que ahí se sentían a gusto eran la Nieve y la Escarcha.

- La Primavera se olvidó de este jardín -se dijeron-, así que nos quedaremos aquí todo el resto del año.

La Nieve cubrió la tierra con su gran manto blanco y la Escarcha cubrió de plata los árboles. Y en seguida invitaron a su triste amigo el Viento del Norte para que pasara con ellos el resto de la temporada. Y llegó el Viento del Norte. Venía envuelto en pieles y anduvo rugiendo por el jardín durante todo el día, desganchando las plantas y derribando las chimeneas.

- ¡Qué lugar más agradable! -dijo-.

Tenemos que decirle al Granizo que venga a estar con nosotros también. Y vino el Granizo también. Todos los días se pasaba tres horas tamborileando en los tejados de la mansión, hasta que rompió la mayor parte de las tejas. Después se ponía a dar vueltas alrededor, corriendo lo más rápido que podía. Se vestía de gris y su aliento era como el hielo.

- No entiendo por qué la Primavera se demora tanto en llegar aquí – decía el Gigante Egoísta cuando se asomaba a la ventana y veía su jardín cubierto de gris y blanco-, espero que pronto cambie el tiempo.

Pero la Primavera no llegó nunca, ni tampoco el Verano. El Otoño dio frutos dorados en todos los jardines, pero al jardín del Gigante no le dio ninguno.

- Es un gigante demasiado egoísta – decían los frutales.

De esta manera, el jardín del Gigante quedó para siempre sumido en el Invierno, y el Viento del Norte y el Granizo y la Escarcha y la Nieve bailoteaban lúgubremente entre los árboles.

Una mañana, el Gigante estaba en la cama todavía cuando oyó que una música muy hermosa llegaba desde afuera. Sonaba tan dulce en sus oídos, que pensó que tenía que ser el rey de los elfos que pasaba por allí. En realidad, era sólo un jilguerito que estaba cantando frente a su ventana, pero hacía tanto tiempo que el Gigante no escuchaba cantar ni un pájaro en su jardín, que le pareció escuchar la música más bella del mundo. Entonces el Granizo detuvo su danza, y el Viento del Norte dejó de rugir y un perfume delicioso penetró por entre las persianas abiertas.

- ¡Qué bueno! Parece que al fin llegó la Primavera – dijo el Gigante.
- Y saltó de la cama para correr a la ventana.

¿Y qué es lo que vio?

Ante sus ojos había un espectáculo maravilloso. A través de una brecha del muro habían entrado los niños, y se habían trepado a los árboles. En cada árbol había un niño, y los árboles estaban tan felices de tenerlos nuevamente con ellos, que se habían cubierto de flores y balanceaban suavemente sus ramas sobre sus cabecitas infantiles. Los pájaros revoloteaban cantando alrededor de ellos, y los pequeños reían. Era realmente un espectáculo muy bello.

Sólo en un rincón el Invierno reinaba. Era el rincón más apartado del jardín y en él se encontraba un niñito. Pero era tan pequeñín que no lograba alcanzar a las ramas del árbol, y el niño daba vueltas alrededor del viejo tronco llorando amargamente. El pobre árbol estaba todavía completamente cubierto de escarcha y nieve, y el Viento del Norte soplaba y rugía sobre él, sacudiéndole las ramas que parecían a punto de quebrarse.

- ¡Sube a mí, niñito! – decía el árbol, inclinando sus ramas todo lo que podía.

Pero el niño era demasiado pequeño. El Gigante sintió que el corazón se le derretía.

- ¡Cuán egoísta he sido! – exclamó.
- Ahora sé por qué la Primavera no quería venir hasta aquí.
- Subiré a ese pobre niñito al árbol y después voy a botar el muro.
- Desde hoy mi jardín será para siempre un lugar de juegos para los niños.

Estaba de veras arrepentido por lo que había hecho. Bajó entonces la escalera, abrió cautelosamente la puerta de la casa, y entró en el jardín. Pero en cuanto lo vieron los niños se aterrorizaron, salieron a escape y el jardín quedó en Invierno otra vez. Sólo aquel pequeñín del rincón más alejado no escapó, porque tenía los ojos tan llenos de lágrimas que no vio venir al Gigante. Entonces el Gigante se le acercó por detrás, lo tomó gentilmente entre sus manos, y lo subió al árbol. Y el árbol floreció de repente, y los pájaros vinieron a cantar en sus ramas, y el niño abrazó el cuello del Gigante y lo besó. Y los otros niños, cuando vieron que el Gigante ya no era malo, volvieron corriendo alegremente. Con ellos la Primavera regresó al jardín.

- Desde ahora el jardín será para ustedes, hijos míos -dijo el Gigante
- Y tomando un hacha enorme, echó abajo el muro.

Al mediodía, cuando la gente se dirigía al mercado, todos pudieron ver al Gigante jugando con los niños en el jardín más hermoso que habían visto jamás. Estuvieron allí jugando todo el día, y al llegar la noche los niños fueron a despedirse del Gigante.

- Pero, ¿dónde está el más pequeñito? – preguntó el Gigante
- ¿ese niño que subí al árbol del rincón?

El Gigante lo quería más que a los otros, porque el pequeño le había dado un beso.
- No lo sabemos – respondieron los niños-, se marchó solito.
- Díganle que vuelva mañana – dijo el Gigante.

Pero los niños contestaron que no sabían dónde vivía y que nunca lo habían visto antes. Y el Gigante se quedó muy triste. Todas las tardes al salir de la escuela los niños iban a jugar con el Gigante. Pero al más chiquito, a ese que el Gigante más quería, no lo volvieron a ver nunca más. El Gigante era muy bueno con todos los niños pero echaba de menos a su primer amiguito y muy a menudo se acordaba de él.

- ¡Cómo me gustaría volverlo a ver! – repetía.

Fueron pasando los años, y el Gigante se puso viejo y sus fuerzas se debilitaron. Ya no podía jugar; pero, sentado en un enorme sillón, miraba jugar a los niños y admiraba su jardín.

- Tengo muchas flores hermosas – se decía
- Pero los niños son las flores más hermosas de todas.

Una mañana de Invierno, miró por la ventana mientras se vestía. Ya no odiaba el Invierno pues sabía que el Invierno era simplemente la Primavera dormida, y que las flores estaban descansando. Sin embargo, de pronto se restregó los ojos, maravillado, y miró, miró… Era realmente maravilloso lo que estaba viendo. En el rincón más lejano del jardín había un árbol cubierto por completo de flores blancas. Todas sus ramas eran doradas, y de ellas colgaban frutos de plata. Debajo del árbol estaba parado el pequeñito a quien tanto había echado de menos.

Lleno de alegría el Gigante bajó corriendo las escaleras y entró en el jardín. Pero cuando llegó junto al niño su rostro enrojeció de ira, y dijo:

- ¿Quién se ha atrevido a hacerte daño?

Porque en la palma de las manos del niño había huellas de clavos, y también había huellas de clavos en sus pies.

- ¿Pero, quién se atrevió a herirte? – gritó el Gigante.
- Dímelo, para tomar la espada y matarlo.
- ¡No! – respondió el niño.
- Estas son las heridas del Amor.
- ¿Quién eres tú, mi pequeño niñito? – preguntó el Gigante.

Y un extraño temor lo invadió, y cayó de rodillas ante el pequeño.
Entonces el niño sonrió al Gigante, y le dijo:

- Una vez tú me dejaste jugar en tu jardín.
- Hoy jugarás conmigo en el jardín mío, que es el Paraíso.

Y cuando los niños llegaron esa tarde encontraron al Gigante muerto debajo del árbol. Parecía dormir, y estaba entero cubierto de flores blancas.

Fuente: cuento de Oscar Wilde

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Caminos de la vida



Cuando murió Narciso las flores de los campos quedaron desoladas y solicitaron al río gotas de agua para llorarlo.

- ¡Oh! – les respondió el río – aun cuando todas mis gotas de agua se convirtieran en lágrimas, no tendría suficientes para llorar yo mismo a Narciso: yo lo amaba.

- ¡Oh! – prosiguieron las flores de los campos –

- ¿Cómo no ibas a amar a Narciso?

- Era hermoso.

- ¿Era hermoso? – preguntó el río.

- ¿Y quién mejor que tú para saberlo? – dijeron las flores -

- Todos los días se inclinaba sobre tu ribazo, contemplaba en tus aguas su belleza…

- Si yo lo amaba – respondió el río – es porque, cuando se inclinaba sobre mí, veía yo en sus ojos el reflejo de mis aguas.

Fuente: cuento corto de Oscar Wilde

martes, 25 de diciembre de 2012

Abraham



Un día Abraham invitó un pobre a comer a su casa. Cuando Abraham daba gracias, el invitado empezó a maldecir a Dios y a decir que no soportaba oír hablar de su Santo Nombre.

Encendido de ira, Abraham expulsó al blasfemo de su casa.

Aquella noche, cuando Abraham hacía sus oraciones, Dios le dijo:

- Este hombre ha blasfemado de mí y me ha injuriado durante cincuenta años y, no obstante, yo le he dado de comer y de beber cada día. ¿No podías tú soportarlo durante una sola comida?

Fuente: autor Anthony de Mello

lunes, 24 de diciembre de 2012

Fantasías de una abeja



Era una abeja llena de alegría y vitalidad.

En cierta ocasión, volando de flor en flor y embriagada por el néctar, se fue alejando imprudentemente de su colmena más de lo aconsejable, y cuando se dio cuenta ya se había hecho de noche. Justo cuando el sol se estaba ocultando, se hallaba ella deleitándose con el dulce néctar de un loto.

Al hacerse la oscuridad, el loto se plegó sobre sí mismo y se cerró, quedando la abeja atrapada en su interior. Despreocupada, ésta dijo para sí:

- No importa.

- Pasaré aquí toda la noche y no dejaré de libar este néctar maravilloso.
- Mañana, en cuanto amanezca, iré en busca de mis familiares y amigos para que vengan también a probar este manjar tan agradable. Seguro que les va a hacer muy felices.

La noche cayó por completo. Un enorme elefante hambriento pasó por el paraje e iba engullendo todo aquello que se hallaba a su paso. La abeja, ignorante de todo lo que sucediera en el exterior y cómodamente alojada en el interior del loto, seguía libando.

Entonces se dijo:

- !Qué néctar tan fantástico, tan dulce, tan delicioso!
- ¡Esto es maravilloso!
- No sólo traeré aquí a todos mis familiares, amigos y vecinos para que lo prueben, sino que me dedicaré a fabricar miel y podré venderla y obtener mucho dinero a cambio de ella y adquirir todas las cosas que me gustan en el mundo.

Súbitamente, tembló el suelo a su lado. El elefante engulló el loto y la abeja apenas tuvo tiempo de pensar:

- Éste es mi fin.
- Me muero.
Sólo existe la seguridad del aquí-ahora. 
Aplícate al instante, 
haz lo mejor que puedas en el momento 
y no divagues.


domingo, 23 de diciembre de 2012

Fuego



El maestro Zen Mu-nan sabía que no tenía más que un sucesor: su discípulo Shoju.

Un día le hizo llamar y le dijo:

- Yo ya soy un viejo, Shoju, y eres tú quien debe proseguir estas enseñanzas. Aquí tienes un libro que ha sido transmitido de maestro a maestro durante siete generaciones. Yo mismo he añadido al libro algunas notas que te serán de utilidad. Aquí lo tienes. Consérvalo como señal de que eres mi sucesor.

- Harías mejor en guardarte el libro, replicó Shoju. Tú me transmitiste el Zen sin necesidad de palabras escritas y seré muy dichoso de conservarlo de este modo.

- Lo sé, lo sé – dijo con paciencia Mu-nan. Pero aún así el libro ha servido a siete generaciones y también puede ser útil para ti. De modo que tómalo y consérvalo.

Se hallaban los dos hablando junto al fuego. En el momento en que los dedos de Shoju tocaron el libro, lo arrojó al fuego. No le apetecían nada las palabras escritas.

Mu-nan; a quien nadie había visto jamás enfadado, gritó:

- ¿Qué disparate estás haciendo?

Y Shoju le replicó:

- ¿Qué disparate estás diciendo?

Maestro: el guru habla con autoridad de lo que él mismo ha experimentado. 

Nunca cita un libro.


Fuente: El canto del pájaro de Anthony de Mello


sábado, 22 de diciembre de 2012

Cólera



Un día, alguien preguntó a Jesús:

- ¡Oh, profeta! ¿Cuál es la cosa más terrible en este mundo?

Jesús respondió:

- ¡La cólera de Dios, pues incluso el infierno teme esta cólera!

El que había hecho la pregunta dijo entonces:

- ¿Existe algún medio para evitar la cólerade Dios?

Jesús respondió:

- ¡Sí! ¡Hay que abandonar la propia cólera!

- Pues los hombres malvados son como pozos de cólera.

- Así es como se convierten en dragones salvajes.

Es imposible que este mundo ignore los atributos contrarios. Lo importante esprotegerse de las desviaciones. En este mundo, la orina existe. Y la orina no podrá convertirse en agua pura sin cambiar de atributos.

Cuento Sufi de Yalal Al-Din Rumi

viernes, 21 de diciembre de 2012

Tres cráneos



En el techo del mundo, o sea en el Tibet, un peregrino, con motivo de una larga peregrinación a uno de los santuarios más sagrados, encontró tres cráneos.

La noticia se extendió por todas las partes y llegó hasta el rey. Los tres cráneos se habían encontrado juntos y nadie sabía de su procedencia. El rey sintió gran curiosidad por el suceso y ordenó que le trajeran los cráneos. Los colocó ante sí, los observó y se preguntó:

- ¿A Quiénes pertenecían estos cráneos?

- ¿Qué clase de personas serían sus propietarios?

Quedó pensativo y se dijo:

- Me gustaría saber cual de las tres personas era la más bondadosa?

El monarca era un hombre joven, que valoraba la benevolencia en los seres humanos. Aquellos cráneos le intrigaban. ¿Cómo investigar algo sobre ellos? Entonces le hablaron de un lama-médico forense.

- Hacedle venir – ordenó el rey

- Quiero ver a ese lama-médico lo antes posible.

Unos días después, procedente de su monasterio en remotas tierras del país de las Nieves, llegó el lama-médico.

- Tengo conocimiento de que eres no sólo un piadoso lama, sino un gran forense. No te voy a entregar una tarea fácil, pero confío en ti. Mira estos tres cráneos. Los encontró un peregrino en una de sus peregrinaciones. Estaban juntos y yo no he podido dejar de preguntarme cuál de ellos pertenecía a la mejor persona de las tres. ¿Podrías averiguarlo?

- Necesito unos días, majestad – dijo el lama seriamente.

- En ese tiempo espero poder traeros una respuesta que os satisfaga.

- También yo lo espero – concluyó el rey.

El lama-médico se llevó los cráneos con él. Durante unos días se encerró en la celda de un monasterio a investigar minuciosamente sobre los mismos. En principio no era una tarea sencilla.

Unos días después, el lama-médico acudió a visitar al monarca. El rey no podía disimular su impaciencia.

- Has descubierto algo? – se apresuró a preguntar

- Sí, señor, tengo la respuesta.

Colocó los tres cráneos sobre una mesa y señaló uno de ellos.

- Éste, seguro, era el cráneo de la persona más bondadosa.

- ¿Seguro? – preguntó escéptico el rey.

- Quiero una explicación convincente.

El lama-médico se expresó así:

- Cogí uno de los cráneos y pasé un alambre por uno de los oídos y observé que el alambre salía directamente por el otro oído. Sin duda se trataba de una persona a la que lo escuchado a los demás le entraba por un oído y le salía por el otro.

El médico retiró ese cráneo y añadió:

- Mirad majestad, este otro cráneo. Lo investigué a fondo. Introduje un alambre por el oído y el mismo salió directamente por la boca. Era el cráneo de una persona que, indiscretamente, contaba en el acto todo lo que había escuchado.

El monarca no pude reprimir la risa. Luego se puso serio y le dijo:

- ¿Y el tercer cráneo?

El lama-médico tomó entre sus manos el tercer cráneo y añadió:

- Señor, este cráneo es el que pertenecía a la persona más bondadosa

- ¿Por qué? Os lo explicaré.

- Recurrí de nuevo a la prueba del alambre.

- Inserté el alambre por uno de los oídos y éste apareció por el corazón. Así se evidencia que esta persona escuchaba con amor a los demás y sabía guardar sus secretos. No era solamente la más bondadosa, sino también la más sabia y prudente.

El monarca, muy complacido, dijo:

- Si eres tan buen lama como forense, no dudo de que alcanzarás la iluminación.

El lama-médico no quiso ninguna recompensa. En una humilde mulilla regresó a su monasterio.

La bondad impregna pensamientos, palabras y obras.


jueves, 20 de diciembre de 2012

Extravagancias



Por un lado era un respetado maestro, capaz de hablar con un fenomenal cordura, claridad y precisión, llegando, como nadie, al mismo núcleo de las cosas.

Pero, de vez en cuando, ante la sorpresa de todos, se ponía a hacer desconcertantes extravagancias: reír sin motivo aparente, se quedaba herméticamente silencioso, se levantaba y dejaba plantados a los asistentes, se reía a carcajadas, se burlaba de alguno de los presentes, o aparecía medio desnudo y tantas otras extravagancias que despertaban la perplejidad y hasta la irritación de los más cercanos discípulos, porque ellos sí sabían bien que se trataba de un gran ser espiritual.

Les molestaba que algunos pudieran pensar que era un estúpido o un insensato. Por ello un día fueron a reunirse con el maestro y le expusieron su parecer.

El maestro sonrió sosegadamente y les dijo:

- Lleváis conmigo mucho tiempo, ¿no es así?

- Así es, querido maestro.

- Y no comprendeís nada, absolutamente nada.

- ¡Qué lástima!

- Sois como el estudiante que al tener una esfera entre sus manos sólo ve la mitad de la misma y le quedaba oculta la otra mitad. Igualmente vosotros sólo veis un lado de mi realidad.

- No lo entendemos – dijeron quejosos los discípulos.

- Me muestro como un insensato o un extravagante cuando quiero causar intencionadamente esa impresión en algunos para que me dejan en paz.

- Son gente insustancial y superficial y con este pequeño truco les espanto.

- Los que son más profundos, los buscadores, no se dejan desorientar por mis extravagancias, porque saben ver el fruto detrás de la cáscara.

Todos se sintieron avergonzados. Desde aquel día, empero, estuvieron encantados con las extravagancias del maestro, ya que mediante ellas apartaba a los falsos buscadores.

A menudo el ser humano, 
por falta de visión penetrativa, 
se estrella 
contra las apariencias de los fenómenos.


miércoles, 19 de diciembre de 2012

Viviendo en la imaginación



Lentamente, el sol se había ido ocultando y la noche había caído por completo. Por la inmensa planicie de la India se deslizaba un tren como una descomunal serpiente quejumbrosa.

Varios hombres compartían un departamento y, como quedaban muchas horas para llegar al destino, decidieron apagar la luz y ponerse a dormir. El tren proseguía su marcha. Transcurrieron los minutos y los viajeros empezaron a conciliar el sueño. Llevaban ya un buen número de horas de viaje y estaban muy cansados.

De repente, empezó a escucharse una voz que decía:

- ¡Ay, qué sed tengo! ¡Ay, qué sed tengo!

Así una y otra vez, insistente y monótonamente. Era uno de los viajeros que no cesaba de quejarse de su sed, impidiendo dormir al resto de sus compañeros. Ya resultaba tan molesta y repetitiva su queja, que uno de los viajeros se levantó, salió del departamento, fue al lavabo y le trajo un vaso de agua. El hombre sediento bebió con avidez el agua.

Todos se echaron de nuevo. Otra vez se apagó la luz. Los viajeros, reconfortados, se dispusieron a dormir. Transcurrieron unos minutos.

Y, de repente, la misma voz de antes comenzó a decir:

- ¡Ay, qué sed tenía, pero qué sed tenía!

La mente siempre tiene problemas. 
Cuando no tiene problemas reales, 
fabrica problemas imaginarios y ficticios, 
teniendo incluso que buscar 
soluciones imaginarias y ficticias.


martes, 18 de diciembre de 2012

El incrédulo



Un hombre estaba escuchando a un yogui que declaraba:

- Os puedo decir que el mantra tiene el poder de conduciros al Ser.

El hombre incrédulo protestó:

- Esa afirmación carece de fundamento.

- ¿Cómo puede la repetición de una palabra conducirnos al Ser?

- Eso es como decir que si repitiéramos “pan, pan, pan”, se haría realidad el pan y se manifestaría.

El yogui se encaró con el incrédulo y le gritó:

- Siéntate ahora mismo, sinvergüenza.

El hombre se llenó de rabia.

Era tal su incontrolada ira que comenzó a temblar, y furioso vociferó:

- ¿Cómo te atreves a hablarme de ese modo?

- ¿Y tú te dices un hombre santo y vas insultando a los otros?

Entonces, con mucho afecto y ternura, el yogui le dijo:

- Siento mucho haberte ofendido.

Discúlpame. Pero, dime, ¿qué sientes en este momento?

- ¡Me siento ultrajado!

Y el yogui declaró:

- Con una sola palabra injuriosa te has sentido mal.

- Fíjate el enorme efecto que ha ejercido sobre ti.

- Si esto es así, ¿por qué el vocablo que designa al Ser no va a tener el poder de transformarte?

Somete la enseñanza a la experiencia. 
Los métodos son instrumentos 
para alcanzar la liberación interior.


lunes, 17 de diciembre de 2012

Soñar despierto



Era un pueblo de la India cerca de una ruta principal de comerciantes y viajeros.

Acertaba a pasar mucha gente por la localidad. Pero el pueblo se había hecho célebre por un suceso insólito: había un hombre que llevaba ininterrumpidamente dormido más de un cuarto de siglo. Nadie conocía la razón. ¡Qué extraño suceso! La gente que pasaba por el pueblo siempre se detenía a contemplar al durmiente.

- ¿Pero a qué se debe este fenómeno? – se preguntaban los visitantes-.

En las cercanías de la localidad vivía un eremita. Era un hombre huraño, que pasaba el día en profunda contemplación y no quería ser molestado. Pero había adquirido fama de saber leer los pensamientos ajenos. El alcalde mismo fue a visitarlo y le rogó que fuera a ver al durmiente por si lograba saber la causa de tan largo y profundo sueño. El eremita era muy noble y, a pesar de su aparente adustez, se prestó a tratar de colaborar en el esclarecimiento del hecho.

Fue al pueblo y se sentó junto al durmiente. Se concentró profundamente y empezó a conducir su mente hacia las regiones clarividentes de la consciencia. Introdujo su energía mental en el cerebro del durmiente y se conectó con él. Minutos después, el eremita volvía a su estado ordinario de consciencia. Todo el pueblo se había reunido para escucharlo.

Con voz pausada, explicó:

- Amigos. He llegado, sí, hasta la concavidad central del cerebro de este hombre que lleva más de un cuarto de siglo durmiendo. También he penetrado en el tabernáculo de su corazón. He buscado la causa. Y, para vuestra satisfacción, debo deciros que la he hallado. Este hombre sueña de continuo que está despierto y, por tanto, no se propone despertar.


No seas como este hombre, 
dormido espiritualmente 
en tanto crees que estás despierto.


domingo, 16 de diciembre de 2012

El viaje del murcielago



¡Qué angustia la del murciélago buscador de nuestro cuento! Durante años llevaba intentando acercarse al sol para poder contemplar su luz maravillosa. Se lamentaba por su ceguera y sabía que si no podía ver el sol con sus ojos, podría llegar hasta él y fundirse en su calor y verlo así con los ojos del corazón. Sí, los murciélagos tienen corazón, y a veces más tierno que el de los humanos.

Al borde de la extenuación, sí, pero el murciélago seguía intentándolo. Recortándose su cuerpecillo contra el vasto horizonte, subía y subía, en un intento desesperado por unirse con el sol. Y con su ojo clarividente, un asceta vio al murciélago en sus denodados intentos y le dijo:

- Insignificante animal, aunque viajaras miles de años no podrías alcanzar el sol.

- Desiste.

- Lo que pretendes es tan absurdo como si una hormiga quisiera llegar a la luna.

El murciélago respondió:

- No te falta la razón.

- Pero no desisitiré, jamás.

- Anhelo llegar al sol, y lo intentaré de por vida.

Volando sin descanso, las alas quebradas, el corazón exhausto. Eran años volando hacia el sol, ascendiendo hacia el astro poderoso. El murciélago se dijo:

- ¿No me habré despistado y habré sobrepasado el sol?

Una petulante ave oyó este comentario y dijo:

- Necio murciélago.

- Estúpido ciego.

- Tú no vas a ninguna parte.

- No haces otra cosa, en tu ceguera, que volar en círculos.

- Sin avanzar ni un sólo centímetro.

- Yo, que veo, sí podría ir al sol cuando quisiera.

- Pero tú ya no tienes ánimo.

- Estás abatido; la desesperación te gana.

Y entonces el murciélago dijo irónicamente:

- Es curioso, amiga, yo ni siquiera tengo ojos para ver en el exterior.

- Tú tienes una mirada capaz de ver en el interior de los seres.

- ¡Qué afortunada eres!

Siquió volando, volando. Lo intentó a lo largo de toda su vida, con un anhelo inquebrantable. Murió en el intento, sí, pero cuando su pequeño cuerpo iba a precipitarseen el vacío, nada más morir, un rayo de sol lo alcanzó y lo atrajo hacia el seno del sol y se fundió con él.

El ave, sin embargo, aún viendo sigue sin ver. Vuela de espaldas al sol y cada día está más distante del maravilloso disco solar.

El anhelo de libertad te conducirá a la libertad.

sábado, 15 de diciembre de 2012

Impaciencia



Un estudiante preguntó a un maestro de zen cuánto tiempo le llevaría iluminarse.

El maestro respondió:

- Unos quince años.

- ¿Qué? – exclamó el estudiante – ¿Quince años?

- Bueno, para tí llevaría unos veinticinco años.

- ¡Qué en mi caso llevaría veinticinco años!

- Ahora que lo pienso mejor, puede que llevará cincuenta años.