martes, 23 de agosto de 2016

La ira



Era un hombre que, con frecuencia, padecía accesos de ira incontrolables, así que decidió ir a visitar a un sabio que vivía en la cima de una colina para que le aconsejara. Cuando llegó hasta el sabio, le dijo:

-Tengo fuertes ataques de cólera y eso hace muy desgraciada mi vida y malogra mis relaciones con los demás. ¿Puedes ayudarme?

-Antes que nada –dijo el sabio-, es importante que quieras superar la ira, pero para aconsejarte mejor necesito que me la muestres.

-Pero ahora no tengo ira –dijo el visitante.

-Pues cuando tengas ira, ven a verme y así la veré.

El hombre volvió a su casa y días después fue asaltado por un acceso de ira, por lo que volvió a visitar al sabio.

-Bien, muéstrame la ira –dijo el sabio.

-Ahora no la tengo. Ya se me ha ido.

-Es que has venido muy despacio. Cuando te sientas airado, ven más rápido.

Pasados unos días, el hombre sufrió otro fuerte ataque de cólera. Recordando la recomendación del sabio, comenzó a correr cuesta arriba hacia la cima de la colina. Llegó agotado hasta el sabio, pero la ira había desaparecido. El sabio le dijo:

-Esto no puede seguir así. Otra vez vienes a verme sin ira. Corre más rápido. Trata de subir más deprisa.

Cuando la cólera volvió a hacer presa del hombre de nuevo, salió en estampida hacia la cima de la colina para mostrársela al sabio. Al llegar, tras una penosa y extenuante ascensión, oyó que el sabio le decía:

-A ver, ¿dónde está la ira?

Ya no sentía ira. Esta operación se repitió varias veces. Por fin un día, el sabio le dijo:

-Creo que me has engañado. Si la ira formara parte de ti, podrías enseñármela. Has venido una docena de veces y nunca has sido capaz de mostrarme la ira. Te atrapa en cualquier momento y con cualquier motivo y luego te abandona. No vuelvas a dejar que la ola de ira te envuelva. La ira no te pertenece.

El hombre no se dejó atrapar nunca más por la ira y así recobró la paz interior.


sábado, 30 de enero de 2016

El mono que salvó a un pez.



«¿Qué demonios estás haciendo?», le pregunté al mono cuando le vi sacar un pez del agua y colocarlo en la rama de un árbol. 

«Estoy salvándole de perecer ahogado», me respondió.

Lo que para uno es comida, 
es veneno para otro. 
El sol, que permite ver al águila, 
ciega al búho. 

La vida exige respeto
hacia quien es diferente
y diferentes necesidades tiene.

viernes, 29 de enero de 2016

La paloma real.



Nasruddin llegó a ser primer ministro del rey y en cierta ocasión, mientras deambulaba por el palacio, vio por primera vez en su vida un halcón real. Hasta entonces, Nasruddin jamás había visto semejante clase de paloma.

Tomó unas tijeras y cortó con ellas las garras, las alas y el pico del halcón.

«Ahora pareces un pájaro como es debido», dijo. «Tu cuidador te ha tenido muy descuidado».

¡Ay de las gentes religiosas 
que no conocen más mundo 
que aquel en el que viven 
y no tienen nada que aprender 
de las personas con las que hablan! 

jueves, 28 de enero de 2016

El elefante y la rata.



Se hallaba un elefante bañándose tranquilamente en un remanso, en mitad de la jungla, cuando, de pronto, se presentó una rata y se puso a insistir en que el elefante saliera del agua. 

«No quiero», decía el elefante. «Estoy disfrutando y me niego a ser molestado». 

«Insisto en que salgas ahora mismo», le dijo la rata. 

«¿Por qué?», preguntó el elefante. 

«No te lo diré hasta que hayas salido de ahí», le respondió la rata. 

«Entonces no pienso salir», dijo el elefante. Pero, al final, se dio por vencido. 

Salió pesadamente del agua, se quedó frente a la rata y dijo: 

«Está bien; ¿para qué querías que saliera del agua?». 

«Para comprobar si te habías puesto mi bañador», le respondió la rata.


 Es infinitamente más fácil para un elefante 
ponerse el bañador de una rata 
que para Dios acomodarse 
a nuestras doctas ideas acerca de Él.

miércoles, 27 de enero de 2016

UNA VITAL DIFERENCIA



Le preguntaron cierta vez a Uwais, el Sufí: 

«¿Qué es lo que la Gracia te ha dado?». 

Y les respondió: 

«Cuando me despierto por las mañanas, me siento como un hombre que no está seguro de vivir hasta la noche». 

Le volvieron a preguntar: 

«Pero esto ¿no lo saben todos los hombres?». 

Y replicó Uwais: «Sí, lo saben, Pero no todos lo sienten». 


Jamás se ha emborrachado nadie 
a base de comprender intelectualmente 
la palabra VINO. 

sábado, 16 de enero de 2016

El sentido del trabajo.



Un día fui a ver a tres amigos, que trabajaban en una  construcción cerca de mi casa. Tenía mucho tiempo sin verlos, así que no sabía qué era de sus vidas. Cuando llegue y casi a la entrada, en una postura cómoda, me encuentro al primero al que saludo y le digo:

«¡Qué alegría verte!», le dije, mientras le di un fuerte abrazo. «¿Cómo te van las cosas?»

«Aquí ando, trabajando y sudando como un negro, pero ya me ves. Como un idiota, esperando largarme cuanto antes».

A tan sólo unos pasos de allí, y en un andamio, a escasos metros del suelo, me encuentro al otro viejo amigo.

«¡Cuánto tiempo sin verte! ¿Cómo te va?»

«Pues hombre, ya ves. Las vueltas que da la vida. Hay que hacer algo para vivir, ¿no? Ganarse el pan con el sudor de la frente y mirar por los hijos. Es ley de vida», me dijo.

Levanto la vista y allá arriba, en una postura de difícil equilibrio, veo a mi otro amigo. Se alegró mucho al verme y, con una gran sonrisa y una voz potente, me preguntó cómo me iba y que cuándo nos veríamos más detenidamente. Y para terminar, me dijo:«Aquí estoy haciendo un escuela bonita, bonita, bonita... ya verás qué escuela».

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viernes, 15 de enero de 2016

La ceremonia del te.



 
Una vez, un maestro de la ceremonia del té, en el viejo Japón, accidentalmente ofendió a un soldado. Se disculpó rápidamente, pero el impetuoso soldado exigió que el asunto fuera resuelto en un duelo de espada.

El maestro del té, que no tenía experiencia con las espadas, pidió consejo a un amigo maestro de Zen quien sí tenía la habilidad. Mientras su amigo le servia, el espadachín Zen que no lo podía ayudar, notó cómo el maestro del té realizaba su arte con perfecta concentración y tranquilidad. “Mañana”, dijo el espadachín Zen, “cuando se enfrente al soldado, sostenga la espada sobre su cabeza, como si estuviera listo para embestir, y dele la cara con la misma concentración y tranquilidad con las cuales usted realiza la ceremonia del té”.

Al día siguiente, a la hora y lugar acordados para el duelo, el maestro del té siguió este consejo. El soldado, alistándose para atacar, miró fijamente durante largo tiempo la cara completamente atenta pero tranquila del maestro del té. Finalmente, el soldado bajó su espada, se disculpó por su arrogancia, y se fue sin que un solo golpe fuera dado.