Era un hombre que, con frecuencia, padecía accesos de ira incontrolables, así que decidió ir a visitar a un sabio que vivía en la cima de una colina para que le aconsejara. Cuando llegó hasta el sabio, le dijo:
-Tengo fuertes ataques de cólera y eso hace muy desgraciada mi vida y malogra mis relaciones con los demás. ¿Puedes ayudarme?
-Antes que nada –dijo el sabio-, es importante que quieras superar la ira, pero para aconsejarte mejor necesito que me la muestres.
-Pero ahora no tengo ira –dijo el visitante.
-Pues cuando tengas ira, ven a verme y así la veré.
El hombre volvió a su casa y días después fue asaltado por un acceso de ira, por lo que volvió a visitar al sabio.
-Bien, muéstrame la ira –dijo el sabio.
-Ahora no la tengo. Ya se me ha ido.
-Es que has venido muy despacio. Cuando te sientas airado, ven más rápido.
Pasados unos días, el hombre sufrió otro fuerte ataque de cólera. Recordando la recomendación del sabio, comenzó a correr cuesta arriba hacia la cima de la colina. Llegó agotado hasta el sabio, pero la ira había desaparecido. El sabio le dijo:
-Esto no puede seguir así. Otra vez vienes a verme sin ira. Corre más rápido. Trata de subir más deprisa.
Cuando la cólera volvió a hacer presa del hombre de nuevo, salió en estampida hacia la cima de la colina para mostrársela al sabio. Al llegar, tras una penosa y extenuante ascensión, oyó que el sabio le decía:
-A ver, ¿dónde está la ira?
Ya no sentía ira. Esta operación se repitió varias veces. Por fin un día, el sabio le dijo:
-Creo que me has engañado. Si la ira formara parte de ti, podrías enseñármela. Has venido una docena de veces y nunca has sido capaz de mostrarme la ira. Te atrapa en cualquier momento y con cualquier motivo y luego te abandona. No vuelvas a dejar que la ola de ira te envuelva. La ira no te pertenece.
El hombre no se dejó atrapar nunca más por la ira y así recobró la paz interior.
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