miércoles, 30 de noviembre de 2011

El ombligo de oro



Érase un hombre, dijo el Maestro, con un ombligo de oro que le ocasionaba constantes apuros, porque, siempre que se bañaba, era objeto de toda clase de bromas. 

El hombre no hacía más que pedirle a Dios que le quitara aquel ombligo. 

Por fin, una noche soñó que un ángel se lo desenroscaba y lo dejaba encima de la mesa, tras de lo cual se esfumó. 

Al despertar por la mañana, comprobó que el sueño había sido real: allí, sobre la mesa, 
estaba el brillante ombligo de oro. 

Entusiasmado, se levantó de un salto...  ¡y el culo se le desprendió y cayó al suelo!» 



martes, 29 de noviembre de 2011

La fuente de ingresos.



« Sólo un imbécil dudaría en renunciar a todo cambio de la Verdad», dijo el Maestro. 

Y contó la siguiente parábola: 

En un pequeño país, se descubrió que el subsuelo era un inmenso yacimiento petrolífero. Lógicamente, los que tenían tierras se apresuraron a vender a las compañías petrolíferas, a cambio de verdaderas fortunas, hasta el último metro cuadrado. Pero una anciana dama se negaba en redondo a desprenderse de sus tierras. 

Las ofertas alcanzaron cifras realmente astronómicas, hasta que una compañía afirmó estar dispuesta a aceptar el precio que ella quisiera. 

Pero ella se mantuvo tan firme que un amigo suyo, que no lo comprendía, le preguntó la razón de su actitud. 

Y la anciana le respondió: 

«¿No ves que, si vendo mis tierras, perderé mi única fuente de ingresos?» 


lunes, 28 de noviembre de 2011

El precio del soborno




«¿Cómo se reconoce a la persona iluminada?» 

«Porque, habiendo visto el mal como mal, la persona iluminada no puede hacerlo», 
dijo el Maestro. 

Y añadió:  «Tampoco puede ser tentada. Si lo es, se trata de un impostor». 

Y contó la historia de un contrabandista que, huyendo de la policía, pidió a un monje con fama de santo que le escondiera la mercancía, porque, dada su reputación, nadie sospecharía de él. 

El monje se irguió indignado y ordenó al tipo que abandonara el monasterio al instante. 

«¡Te daré cien mil dólares por el favor!», le dijo el contrabandista. 

El monje dudó ligeramente antes de negarse.

«Doscientos mil ...» 

Pero el monje volvió a rechazar la oferta. 

«¡ Quinientos mil! » 

Entonces el monje esgrimió amenazante un grueso bastón y le gritó: 

« Marcha de aquí, ahora mismo, estás acercándote demasiado a mi precio ».


domingo, 27 de noviembre de 2011

La falsa humildad



Al Maestro le divertía sobremanera esa falsa autoestima que intenta pasar por humildad.  Y ésta es la parábola que en cierta ocasión contó a sus discípulos: 

Dos hombres, un sacerdote y un sacristán, 
acudieron a una iglesia a orar. 
El sacerdote, dándose golpes de pecho, 
exclamaba fuera de sí: . 

«¡Señor, soy el más vil de los hombres 
y el más indigno de tu gracia!
¡Soy un desastre y una nulidad! 
¡Ten compasión de mí!» 

No lejos del sacerdote, 
el sacristán también se daba golpes de pecho 
y gritaba lleno de fervor: 

«¡Ten compasión de mí, Señor, 
que soy un pecador y un miserable !» 

El sacerdote, al oírlo, 
se volvió arrogante hacia él y dijo: 

«¡Lo que faltaba: mira quién se atreve a decir que es un miserable! 
» 


sábado, 26 de noviembre de 2011

La voz del silencio



Cautivado por la melodioso voz  
con que el Maestro cantaba versos en sánscrito, 
un experto en este idioma dijo: 

«Siempre he sabido que no hay en la tierra 
otro idioma como el sánscrito 
para expresar las realidades divinas». 

«No seas estúpido», le dijo el Maestro. 

«El idioma de la divinidad no es el sánscrito, 
sino el Silencio».


viernes, 25 de noviembre de 2011

Sembrador de nogales






Un día caminaba por el campo, cuando vi a un hombre bastante anciano, que estaba cavando un pozo. Intrigado, me acerqué a él para preguntarle qué estaba haciendo. "A mí siempre me gustaron las nueces", me contestó. "Hoy llegaron a mis manos las nueces más exquisitas que probé en mi vida, así que decidí plantar una de ellas".

Me entristecí al pensar que ese pobre hombre, a tan avanzada edad, jamás llegaría a probar una de esas nueces. "Disculpe, amigo", le dije. "Para que un nogal dé frutos deben pasar muchísimos años, y dada su edad, es muy probable que cuando este arbolito de sus primeras nueces, usted ya haya muerto hace mucho. ¿No ha pensado  que tal vez sería más provechoso para usted sembrar tomates, o melo

El hombre me miró un instante en silencio, durante el cual, no supe si sentirme muy sagaz por mi observación o muy estúpido. Tras unos segundos que me parecieron horas, finalmente me contestó: "

Toda mi vida me deleité saboreando nueces, cosechadas de árboles cuyos sembradores probablemente jamás llegaron a probar. Cuando de nueces se trata, no le corresponde a quien siembra el ver los frutos. Por eso, como yo pude comer nueces gracias a personas generosas que pensaron en mí al plantarlas, yo también planto hoy mi nogal, sin preocuparme de si veré o no sus frutos. Sé que estas nueces no serán para mí, pero tal vez tus hijos o mis nietos las saborearán algún día."

Y entonces me sentí muy pequeñito y egoísta por pensar sólo en mí. Desde ese día, me dediqué a plantar nogales.

jueves, 24 de noviembre de 2011

EN LA FABRICA DE JUGUETES



"Trabajaba yo en una fábrica de juguetes, cuando se nos anunció la visita del dueño de una importante cadena de jugueterías, que estaba a punto de realizar una operación bastante grande. Obviamente, apenas entró el hombre a nuestra oficina, todos nos desvivimos por atenderlo lo mejor posible, sabiendo lo importante que era esta operación para la fábrica. Había venido con su pequeño hijo de tres años, y al entrar al despacho del gerente, nos pidió que cuidásemos al niño mientras ellos hablaban.

Apenas quedamos solos, el niño empezó a llorar a los alaridos. Preocupados porque esto pudiera afectar el resultado de la negociación, nos dispusimos a hacer lo que fuera necesario para calmar al pequeño. 

Uno de mis compañeros salió corriendo y volvió al instante con una gran pelota de plástico y se la ofreció. Contrariamente a lo esperado, esto aumentó algunos decibelios el llanto del niño. 

Inmediatamente, otro desapareció rápidamente y volvió trayendo una voluminosa camioneta a pilas con control remoto, y la hizo funcionar. Nada. El llanto continuaba su rítmica melodía in crescendo. Un tercer comedido trajo una biCicleta con bocina y todo y se la ofreció, logrando tan sólo que a los alaridos agregase pataleo y manotazos descontrolados al aire. Un cuarto llamó a los cuatro payasos que hacían la promoción de los juguetes de la fábrica, los que vinieron con globos y caramelos para hacer jugar a la criatura. ¡Para qué! El niño se asustó con tanto movimiento de gente y comenzó a correr por todos lados y a gritar.

Ya estábamos todos con los nervios de punta cuando una de las chicas se levantó tranquilamente de su silla, se acercó al niño, lo alzó, le dio un beso en la mejilla y lo sentó en su regazo. Inmediatamente el niño cesó de llorar y se durmió en sus brazos".


miércoles, 23 de noviembre de 2011

Flores en el rosal



Juan debía salir de viaje por un largo tiempo, así que le encargó a José que cuidase el rosal de su jardín. Le advirtió que tan solo necesitaba un poco de agua cada día, y con eso sería suficiente. Justo cuando Juan partió, se desató en toda la región una terrible sequía, así que José debía hacer grandes sacrificios para conseguir el agua para el rosal. Cada mañana, debía levantarse temprano y recorrer bajo el sol rajante, el largo camino hacia el río para recoger un balde de agua fresca para el rosal. Pero jamás faltó a la cita. Cada día, llegaba José a la casa de su amigo con el balde de agua para el rosal.

Pasaron los meses, y un día se presentó Juan furioso en la casa de su amigo José y lo increpó: "¿No te pedí acaso que te ocupases de conseguir agua para mi rosal?". A lo que José le respondió: "Por supuesto que sí.. No sabes con cuánto amor y sacrificio me levanté fielmente cada mañana y bajo el rayo del sol caminé hacia el río para llenar un balde con agua para llevar a tu casa. No entiendo por qué me reclamas, si puse todo mi empeño en no permitir que jamás le faltara el balde de agua diario." 

Juan, fuera de sus casillas le gritó: ¿Pero no sabías, estúpido, que tenías que echarle el agua al rosal? ¿De qué sirvió que llevases el balde de agua día tras día si lo dejabas junto a la puerta?"


martes, 22 de noviembre de 2011

Flores de plático



"Un día que nunca voy a olvidar, fue cuando conocimos a la abuela. Yo tenía unos ocho años, y mis hermanos, seis, cuatro y tres. Nosotros vivíamos en una finca cerca de Santa María de Catamarca, donde mi tata era el casero. Al morir el abuelo, la abuela se había ido a vivir con mi tío José allá en Buenos Aires, y eso fue antes que mi tata se casase y naciésemos nosotros. En aquel tiempo, las distancias eran mucho más grandes que ahora. Lo más rápido que había entonces para viajar era el tren, y eso si había plata. Lo más común era hacer el viaje en carreta, lo cual implicaba muchos días de viaje. Por eso es que nunca habíamos conocido a la abuela.

Un buen día, el tata nos dijo que la abuela iba a venir a la Finca a pasar unos días, porque andaba enferma con no se qué en los pulmones, y el médico le había recomendado que un cambio de clima le sentaría bien. Lo único que sabíamos de la abuela es que le encantaban las flores, y por eso el tata nos recomendó a mí y a mis hermanos que le preparásemos cada uno un ramito para regalarle como bienvenida. Conseguir flores no es nada fácil en Catamarca porque el clima es bastante seco.

Mis hermanos se pasaron la mañana entera, desde tempranito, buscando y rebuscando por todas partes para armarle un ramito de flores a la abuela. Yo, descuidado como siempre, salí a jugar con mis amigos, y me olvidé por completo del asunto. Como la abuela iba a llegar a la hora de la siesta, me entré a preocupar recién después del almuerzo. Afortunadamente recordé que había visto en la sacristía de la capilla del pueblo, unas flores de plástico, así que para allá fui y sin que nadie me viera saqué unas cuantas. Volví a la casa y ahí armé con ellas un ramo, que quedó bastante bonito.

Cuando nos avisaron que la abuela estaba llegando, todos corrimos a pararnos frente a la puerta de entrada con nuestros ramos. Con aire de superioridad miré con desdén los ramitos miserables de mis tres hermanos: un jazmincito medio deshojado, dos rosas un poco mustias y unos cuantos azares desordenados. En cambio, mi ramo era imponente: varias flores grandes y bien planchaditas, de distintos colores; casi ni se notaba que eran de plástico.

Lo que no nos habían contado, era que la abuela había quedado ciega hace unos años, así que cuando entró, fue tomando uno a uno los diminutos ramitos que mis hermanos le ofrecían y sintiendo su perfume, que era la única belleza que debido a su ceguera, podía percibir de las flores. No imaginan cuál fue mi vergüenza cuando llegó mi turno y tuve que entregarle mi majestuoso y colorido ramo, que ahora me parecía insignificante al lado de las suaves fragancias de los humildes ramitos de mis hermanos.

La abuela llevó el ramo junto a su nariz y, obviamente no sintió ningún perfume, pero igualmente sonrió como si nada. Cuando al abrazarla me largué a llorar, me besó cariñosamente y me dijo bien despacito al oído sin que nadie escuchase: "Que esto te sirva de lección para el futuro: cuando hagas cualquier obra buena, hazla con mucho amor, porque si no, por más grande que sea lo que hagas, si no lo haces con amor, es como un ramo de flores de plástico, y para Dios lo que vale, es el perfume de tus buenas obras".


lunes, 21 de noviembre de 2011

EL AUTITO A CONTROL REMOTO



"Había una vez un autito a control remoto, que desde chiquito había funcionado con un cable, mediante el cual su dueño lo comandaba. Cierto día, alcanzó la edad en la que fue lo suficientemente grandecito como para comenzar a funcionar con baterías. En su parte inferior le colocaron dos pilas cuadradas que le permitirían funcionar sin estar conectado al cable. Antes de salir solo por primera vez, su dueño le advirtió que debería volver cada noche a recargar las baterías. Y nuestro amiguito partió rumbo al infinito....

¡Esto era increíble! Por primera vez era libre, sin cables que lo atasen y le limitasen las distancias. ¡Podía ir a donde quisiera! Ese día anduvo, y anduvo, y anduvo.... y a la noche, volvió a recargar las baterías. Su dueño se llenó de alegría al verlo volver. Con dulzura le enchufó un cablecito que le colgaba de un costado, a una batería grande, y lo dejó recargando toda la noche. A la mañana siguiente, volvió a salir. Y así, día tras día salía a recorrer el mundo, y noche tras noche volvía a recargar las baterías, enchufándose a la batería más grande.

Hasta que un día, se alejó demasiado en su afán por conocer nuevos horizontes, y le dio flojera de volver, así que no volvió. A la mañana siguiente se despertó un poco nervioso puesto que era la primera noche que no había vuelto a cargar las baterías. Probó el arranque... y todo funcionó bien (suspiró aliviado). Como no notaba diferencia en su funcionamiento, a la noche siguiente no volvió, y tampoco a la siguiente. Su motorcito de juguete funcionaba de maravillas. Así pasaron los días y continuó sus aventuras cada vez más apasionantes y llegando cada vez a lugares más lejanos. A final de cuentas, eso de ir a cargar las baterías había sido tan sólo una pérdida de tiempo que lo condicionaba a no conocer los hermosos lugares lejanos que ahora tenía posibilidad de recorrer.

Claro, como las pilas se iban gastando de a poquito, ni cuenta se dio que cada mañana tardaba un poco más en encender el motorcito, y que ya no era tan rápido como al principio. Así siguió un tiempo recorriendo el mundo, con su marcha cada vez más lenta. "Debo estarme volviendo viejo", pensó, sin darse cuenta que aún era tan solo un niño. Hasta que una mañana, las requetegastadas baterías no dieron más y el motorcito no arrancó. En pocos días había gastado totalmente sus baterías, y aunque en realidad era aún un niño por fuera, se había vuelto un anciano por dentro. Claro que el autito no se dio cuenta, porque de a poquito se había ido muriendo junto con las baterías y ese día, simplemente no despertó."


domingo, 20 de noviembre de 2011

El rostro de Dios



No hubo nada que hacer. Por más que los médicos hicieron todo lo posible y hasta lo imposible, el corazón de Francisco dejó de funcionar. Francisco sintió cómo la sala de emergencias del hospital quedaba allá abajo, y él comenzaba a subir y a subir. Allá abajo quedaba la ciudad, que ahora se veía como una manchita más sobre la superficie de la tierra.

¡Qué emoción! ¡Al fin estaba por llegar el gran momento! Afortunadamente, Francisco era un hombre creyente, y siempre había tenido la esperanza de una vida más allá de la muerte. ¡Cómo le gustaría que algunos de sus escépticos amigos estuvieran allí para poderles demostrar lo que ahora él estaba comprobando: que efectivamente, después de la muerte, el alma seguía viviendo.

Pero lo que más lo excitaba, era la esperanza de que ahora vería frente a frente a Dios. Durante muchos años se había preguntado cómo sería el rostro de Dios, y ahora estaba a punto de encontrar respuesta a su inquietud. ¡El rostro de Dios! La emoción lo embargaba y lo hacía estremecerse de pies a cabeza. Sentía que el pecho le iba a estallar de la ansiedad.

Por fin, allá a lo lejos divisó una figura refulgente que lo esperaba con los brazos abiertos. "¿Eres tú, Dios?", gritó. La luz cegadora le impedía ver con claridad. No tuvo respuesta, pero en su interior supo que, efectivamente, ese era Dios. 

Instantes después, al fin estuvo frente a Dios. Pero no se atrevía a alzar su mirada. Después de tantos años de esperar este momento, y ahora que estaba frente a El, no se animaba a mirar.

 "Francisco", le dijo Dios. ¡Jamás había percibido tanta dulzura en una voz! ¡Nunca su nombre había sonado de esa manera en boca de nadie! Sin atreverse a levantar la vista, intentaba imaginar el rostro de Dios, adivinándolo a través de esa voz tan suave y tan dulce a la vez. "¿Por qué no me miras? Aquí estoy. ¡Este soy yo!". La calidez de la voz lo hizo perder todo temor y, lentamente, alzó su mirada.

¡Horror! ¡Ese no era Dios! ¡Era ese compañero de trabajo tan desagradable que siempre le hacía la vida imposible! ¿Qué clase de broma de mal gusto era esa? Confundido se frotó los ojos con los puños y al volver a mirar, comprobó que en realidad se trataba de aquella mujer que había golpeado a su puerta hace unos días y él le había dado unas frutas. ¡No! ¡Era el hombre que lo había insultado la semana pasada cuando casi chocan en una esquina! Una a una fueron pasando por la cara de Dios mil caras: su jefe de la oficina, la directora de la escuela de su hija, el changuito que le lavaba el auto los fines de semana, el viejito que cada mañana le pedía una moneda al salir de casa, ese amigo que lo había estafado hace unos años, su novia de la juventud....

"¿Te acuerdas de aquello que dije hace dos mil años: Tuve hambre y me diste de comer, estuve enfermo y no me visitaste, estuve desnudo y me vestiste, tuve sed y no me diste de beber? ¿Entiendes ahora a qué me refería?". "Ahora entiendo", respondió Francisco, "Aunque no sé si ya es demasiado tarde..."


sábado, 19 de noviembre de 2011

Dios viene a cenar



"Había una vez una mujer, que vivía haciendo cosas para la Iglesia del barrio. Si no estaba limpiando los jarrones de la capilla, estaba haciendo empanadas para que se vendieran los domingos, o sacando brillo a los candelabros. Cierto día, se le apareció un ángel, y le dijo que, en recompensa por su dedicación a las cosas de Dios, El mismo en persona iba a ir a cenar esa noche en su casa.

La mujer se llenó de emoción y corrió a su casa a preparar todo para el gran evento. Inmediatamente se puso manos a la obra, a planchar su mejor vestido para recibir al invitado de lujo. En eso estaba cuando sonó el timbre. Al acudir a la puerta, halló a una mujer muy pobremente vestida que le pedía algo de ropa que no usase. "Perdone señora, pero estoy haciendo un trabajo para alguien muy importante. Vuelva otro día".

Más tarde, comenzó a preparar la comida. Tenía que ser una cena de lujo. En eso estaba cuando otra vez volvió a sonar el timbre. Esta vez era un niño con cara de hambre que le pedía algo para comer. "Hoy no puedo darte nada, porque estoy cocinando para el mismo Dios que viene a visitarme. Vení otro día".

Así pasó rápidamente el día, hasta que por fin llegó la hora de la cena. La mujer, nerviosa, vio como pasaban los minutos y las horas, y el invitado no llegaba. Pronto se hizo tarde, el pollo se enfrió, el vestido se volvió a arrugar, pero Dios ni se dignó aparecer, y la mujer, frustrada y decepcionada se fue a dormir. Tanta era su desilusión que ni siquiera quiso rezar antes de acostarse.

A la mañana siguiente, se le apareció el mismo ángel y le dijo: "Me manda a preguntarte mi Señor que por qué no rezaste anoche, que extrañó tu oración diaria". "¿Cómo se atreve a reclamarme Dios por no haber rezado si El me dejó plantada con mi mejor vestido y con un riquísimo pollo en la mesa?", exclamó molesta la mujer. A lo que el ángel le respondió: "Dios no falló a la cita. Es más, vino dos veces, pero tú le dijiste que estabas muy ocupada para atenderlo, y que volviera otro día".


viernes, 18 de noviembre de 2011

Perdón por no estar aquí.



"Había una vez una mujer muy piadosa, que inexcusablemente acudía todas las mañanas a rezar a la capilla de su barrio. Día tras día, lloviese o hiciese sol, estuviera sana o enferma, pasase lo que pasase, como un reloj, a las siete en punto de la mañana, era la primera persona en llegar a la capilla, empujar la puerta y entrar a rezar.

Una mañana, despertó sobresaltada. ¡Se había dormido! ¡Eran las siete menos diez, y no llegaría a puntual a su cita diaria! A toda carrera se levantó, se peinó a las apuradas y se vistió como pudo. Con la ropa medio arrugada y los cabellos medio desordenados salió velozmente de su casa y enfiló rumbo a la capilla. Apenas hubo salido, casi tropieza con un viejito que venía a penas en una bicicleta, y al cruzarse con ella perdió el control del vehículo y cayó de boca al suelo. Lamentablemente la mujer iba muy apurada como para detenerse, así que apenas logró esbozar una disculpa y continuar en su carrera.

Una cuadra después, se le cruzó una mujer que le pidió una ayuda para poder pagar una consulta en el hospital. "Perdone, estoy apurada" alcanzó a decir sin detenerse y continuó su veloz marcha. Apenas hubo logrado zafar de la mujer, se le cruzó un niñito que le pidió un poco de pan. "Disculpá, hijito, pero tengo una cita con Dios y no puedo llegar tarde. Otra vez será", y siguió su interrumpido camino.

Cuando por fin llegó a la capilla, miró de reojo el reloj. ¡Eran las siete en punto! ¡¡Lo había logrado!! Embargada por la emoción de no haber fallado a su cita, empujó como de costumbre la puerta de la capilla, pero... no se abrió. Volvió a empujar con más fuerza, y nada. ¡Qué extraño! Jamás en los doce años que llevaba con su diaria rutina, había encontrado la puerta cerrada. De pronto notó que había una nota clavada con una chinche en la puerta de la capilla. Desconcertada, la desclavó y la leyó. La nota, garrapateada como con apuro decía:

"Perdón por no estar aquí. Esta mañana tuve un accidente en la bicicleta, y encima después no pude conseguir plata para ir al hospital, ni un poco de pan para desayunar, así que es probable que llegue un poco tarde. Firma: Dios".


jueves, 17 de noviembre de 2011

Melones sin semillas



"Juan era un apasionado de los melones. Desde pequeñito le habían llamado la atención estas frutas. Año tras año, con mucho esmero preparaba la tierra del fondito de su casa, para sembrar las más diversas variedades de melones. En el pueblo, a la hora de hablar de melones, Juan era la palabra autorizada y respetada por todos. Conocía todos los secretos de la siembra, cuidado y cosecha de estos frutos: en qué momento preparar la tierra, cómo disponer las semillas en los surcos, a qué hora del día y con qué cantidad de agua regarlos...

Un día, le trajeron de un pueblo cercano un melón que, por fuera, no parecía diferente a los que ya había conocido. Pero al probarlo, su sabor lo cautivó. Era el melón más dulce que había probado en su vida. Su pulpa se disolvía al rozar los labios, como la miel que recorre lentamente la lengua para dejar un sabor dulzón y suave en la boca. Una sola particularidad tenían estos melones: no tenían semillas.

¿Cómo sembrar estos deliciosos melones si no tenían semillas? Tras darle muchas vueltas al asunto, encontró la solución: ya que los melones no tenían semillas, bastaría con realizar todo el procedimiento de la siembra, pero sin semillas. Total, si las semillas no eran importantes a la hora de saborear el melón, tampoco habrían de serlo a la hora de sembrarlos.

Como todos los años, con mucho esmero, preparó el terreno removiendo la tierra y trazando con geométrica disposición los surcos. Tomó una bolsa vacía, y metiendo la mano en ella, fue sacando puñados vacíos que esparció por los surcos, dispersándolos con precisión. Así recorrió uno a uno los surcos, realizando el gesto de arrojar las inexistentes semillas en todo el terreno. Cuando terminó, cubrió los surcos con delicadeza y los regó. Día tras día repitió la tarea del regado, cuidando de utilizar el agua más pura y en la medida exacta.

Pero pasaron los días, y nada ocurrió. El terreno no produjo ni siquiera el más mínimio yuyito. Recién entonces comprendió el pobre Juan, que no bastaba con realizar ritualmente todos los gestos y movimientos de la siembra, si faltaba lo más importante: las semillas"


miércoles, 16 de noviembre de 2011

Buscando el océano



"Usted perdone", le dijo un pez a otro. "Es usted más viejo que yo, y con más experiencia que yo, y probablemente podrá usted ayudarme. Dígame: ¿dónde puedeo encontrar eso que llaman Océano? He estado buscándolo por todas partes sin resultado".

"El océano", respondió el viejo pez, "es donde estás ahora mismo".

"¿Esto?", replicó el joven pez totalmente desilusionado. "Pero si esto no es más que agua…. Lo que yo busco es el Océano!", y se marchó a buscar en otra parte.

¡Deja de buscar, pequeño pez! No hay nada que buscar. Sólo tienes que estar tranquilo, abrir los ojos y mirar. ¡No puedes dejar de verlo!


martes, 15 de noviembre de 2011

¿Por qué no hiciste nada?



Se hallaba un sacerdote sentado en su escritorio junto a la ventana, preparando un sermón sobre la providencia. De pronto oyó algo como una explosión, y a continuación vio cómo la gente corría enloquecida de un lado para otro, y supo que había reventado una presa, que el río se había desbordado y que la gente estaba siendo evacuada.

El sacerdote comprobó que el agua había alcanzado ya la calle en la que él vivía y tuvo cierta dificultad en no dejarse dominar por el pánico. Pero consiguió decirse a sí mismo: "Aquí estoy yo, preparando un sermón sobre la Providencia y se me ofrece la oportunidad de practicar lo que predico. No debo huir como los demás, sino quedarme aquí y confiar en que la providencia de Dios me ha de salvar."

Cuando el agua llegaba ya a la altura de su ventana, pasó por allí una lancha llena de gente: "Suba Padre", le gritaron. "No, hijos míos", respondió el sacerdote lleno de confianza, "yo confío en que me salve la providencia de Dios."

El sacerdote subió al tejado y, cuando el agua llegó hasta allí, pasó otra lancha que volvió a insistirle en que subiera, pero él volvió a negarse. Entonces se subió a lo alto del campanario, y cuando el agua le llegaba ya a las rodillas, llegó un helicóptero y ofreció llevarlo. "Muchas gracias", contestó el sacerdote sonriendo tranquilamente, "pero yo confío en que Dios en su infinita providencia me salvará."

Cuando el sacerdote se ahogó y fue al cielo, lo primero que hizo fue reclamarle a Dios: "Yo confiaba en ti. ¿Por qué no hiciste nada para salvarme?".

"Bueno", le contestó Dios, "la verdad es que te mandé dos lanchas y un helicóptero. ¿no lo recuerdas?".


lunes, 14 de noviembre de 2011

El barril de vino



"Cierto día se organizó en el pueblo una gran fiesta. Todo estaba preparado para el gran evento. En la plaza del pueblo habían construido un gran barril para el vino. Se habían puesto todos de acuerdo en que cada uno iba a llevar una botella de vino para verterla en el gran barril, y así disponer de abundante bebida para la fiesta.

Se acercaba la noche, y Juan, viendo que llegaba la hora de partir hacia la plaza, tomó su botella vacía para llenarla con vino de su barril. Pero de pronto lo asaltó un pensamiento: "Yo soy muy pobre, y para mí es un sacrificio muy grande comprar el poco vino que hay en mi casa. ¿Por qué tengo que llevar igual que todos los demás? Voy a hacer una cosa: llenaré mi botella con agua, y cuando llegue a la plaza la verteré en el barril, así todos verán que hago mi aporte, y no vaciaré mi barril de vino. De todos modos somos muchos, y mi poquitito de agua se mezclará con el vino de los demás y nadie notará la falta".

Así lo hizo. Llegada la noche, se acercó ante la vista de todos los vecinos y vació el contenido de su botella en el barril de la plaza. Nadie sospechó nada. Todo el resto del pueblo fue aportando su parte de vino en el gran barril.

Comenzó la fiesta, la música, la danza. Y cuando llegó la hora de servir el vino ¡oh sorpresa! Abrieron la canilla del barril y... ¡salió solamente agua cristalina!. ¿Quién iba a pensar que a todos se les iba a ocurrir pensar lo mismo que Juan? Y todos los del pueblo, avergonzados, agacharon la cabeza y se retiraron a sus casas. Y la fiesta se terminó."


domingo, 13 de noviembre de 2011

Jesús se ha disfrazado



El abad de un monasterio se hallaba muy preocupado. Años atrás, su monasterio había visto tiempos de esplendor. Sus celdas habían estado repletas de jóvenes novicios y en la capilla resonaba el canto armonioso de sus monjes. Pero habían llegado malos tiempos: la gente ya no acudía al monasterio a alimentar su espíritu. La avalancha de jóvenes candidatos había cesado y la capilla se hallaba silenciosa. Sólo quedaban unos pocos monjes que cumplían triste y rutinariamente sus obligaciones.

Un día, decidió pedir consejo, y acudió a un anciano obispo que tenía fama de ser hombre muy sabio en su avanzada edad. Emprendió el viaje, y días después se encontró frente al buen hombre. Le planteó la situación y le preguntó: 

"¿A qué se debe esta triste situación? ¿Hemos cometido acaso algún pecado?". A lo que el anciano obispo respondió: 

"Sí. Han cometido un pecado de ignorancia. El mismo Señor Jesucristo se ha disfrazado y está viviendo en medio de ustedes, y ustedes no lo saben". Y no dijo más.

El abad se retiró y emprendió el camino de regreso a su monasterio. Durante el viaje sentía como si el corazón se le saliese del pecho. ¡No podía creerlo! ¡El mismísimo Hijo de Dios estaba viviendo ahí en medio de sus monjes! ¿Cómo no había sido capaz de reconocerle? ¿Sería el hermano sacristán? ¿Tal vez el hermano cocinero? ¿O el hermano administrador? ¡No, el no! Por desgracia, él tenía demasiados defectos… Pero el anciano obispo había dicho que se había "disfrazado". ¿No serían acaso aquellos defectos parte de su disfraz? Bien mirado, todos en el convento tenían defectos… ¡y uno de ellos tenía que ser Jesucristo!

Cuando llegó al monasterio, reunió a sus monjes y les contó lo que había averiguado. Los monjes se miraban incrédulos unos a otros. ¿Jesucristo… aquí? ¡Increíble! Claro que si estaba disfrazado…. Entonces, tal vez… Podría ser Fulano.. ¿O Mengano? ¿O….?

Una cosa era cierta: Si el Hijo de Dios estaba allí disfrazado, no era probable que pudieran reconocerlo. De modo que empezaron todos a tratarse con respeto y consideración. "Nunca se sabe", pensaba cada cual para sí cuando trataba con otro monje, "tal vez sea éste…"

El resultado fue que el monasterio recobró su antiguo ambiente de gozo desbordante. Pronto volvieron a acudir decenas de candidatos pidiendo ser admitidos en la Orden, y en la capilla volvió a resonar el jubiloso canto de los monjes, radiantes del espíritu de Amor.



sábado, 12 de noviembre de 2011

El cuenco de leche



Había una vez un hombre que tenía la fama de ser el más santo de su pueblo, puesto que se pasaba el día leyendo la Biblia y rezando. Un día se atrevió a preguntarle a Dios si, efectivamente, era él el más santo de ese pueblo, como la gente decía. Y Dios le respondió que no; que había un hombre que era más santo que él, y le indicó quién era y dónde vivía.

Nuestro buen hombre, movido por la curiosidad, se dirigió hasta el lugar que Dios le había indicado, una cabaña en las afueras del pueblo, y decidió observar de lejos a este gran hombre que según Dios, era más santo que él. El hombre en cuestión era un pobre leñador, con esposa y cuatro hijos que mantener. La observación no resultó muy entretenida, puesto que el hombre se pasó todo el día cortando leña sin parar, excepto para comer algo a media mañana, a la hora del almuerzo y a media tarde, previamente dando gracias a Dios por el trabajo y la comida que le daba. La otra pausa que hizo, fue para ayudar a otro campesino que pasando por ahí, rompió una rueda de su carreta. Eso fue todo lo que pudo observar.

De regreso a su casa le reclamó a Dios : "¿Cómo puede ser, Señor, que digas que ese hombre es más santo que yo? Si es un pobre ignorante, que apuesto que jamás leyó la Biblia porque hasta analfabeto es. ¡Y lo único que hizo es pasarse el día cortando leña!". 

Dios lo hizo callar, y le ordenó que para probar su fidelidad, llenase un plato con leche, y recorriese las calles del pueblo sin derramar nada. Nuestro hombre, deseoso de demostrar su fidelidad, obedeció al instante. Los habitantes del pueblo lo miraban con curiosidad y más de uno dejó escapar una carcajada al ver a nuestro amigo en tan extraña labor, pero él iba tan absorto en su tarea que podría haberle pasado un camión por encima y no se iba a dar cuenta. 

Al terminar su recorrido, orgulloso de no haber derramado ni una sola gota, esperó con satisfacción un reconocimiento divino, pero Dios sin decir más nada le preguntó: "Dime, ¿cuántas veces te acordaste de mí mientras caminabas?" . Y el hombre respondió: "¿Cómo iba a tener tiempo de pensar en algo? Estuve todo el tiempo tan concentrado cuidando de no derramar ni una gota de leche que no podía distraerme en otra cosa".

"¿Y así quieres ser el más santo del mundo? Ese pobre campesino tuvo que trabajar todo el día para alimentar a su familia, pero sin embargo tuvo tiempo de acordarse tres veces de mí, y de ayudar a otro a reparar su carreta. En cambio tú, en todo el tiempo que llevaste ese plato de leche, no te acordaste ni una vez de mí, y ni siquiera viste a ese niño que te pidió una moneda ni a la anciana que tropezó en la calle y te necesitaba para que la ayudases a levantarse. Si de veras quieres ser santo, debes aprender a cumplir con tus obligaciones diarias, sin dejarte absorber por ellas, dándote tiempo para acordarte de mí y prestar atención a los que te rodean y necesitan de ti."


viernes, 11 de noviembre de 2011

Te hice a tí



Era un día lluvioso y gris. El mundo pasaba a mi alrededor a gran velocidad. Cuando de pronto, todo se detuvo. Allí estaba, frente a mí: una niña apenas cubierta con un vestidito todo roto, que era más agujeros que tela. Allí estaba, con sus cabellitos mojados, y el agua chorreándole por la cara. Allí estaba, tiritando de frío y de hambre. Allí estaba, en medio de un mundo gris y frío, sola y hambrienta.

Me encolericé y le reclamé a Dios. "¿Cómo es posible Señor, que habiendo tanta gente que vive en la opulencia, permitas que esta niña sufra hambre y frío? ¿Cómo es posible que te quedes ahí tan tranquilo, impávido ante tanta injusticia, sin hacer nada?"

Luego de un silencio que me pareció interminable, sentí la voz de Dios que me contestaba: "¡Claro que he hecho algo! ¡Te hice a ti!"



jueves, 10 de noviembre de 2011

El pincelito



"Había una vez un pincel que era la admiración de todos los demás lápices, pinceles y crayones, puesto que con él habían sido pintados los cuadros más hermosos que habían salido de ese taller. Cuando el pintor tenía que realizar una obra de calidad o un trabajo muy importante, siempre acudía a él, puesto que sus suaves cerdas eran las que más finos y delicados trazos imprimían sobre el lienzo, y le daban un toque especial a cada detalle de la obra. Esto llenaba de orgullo a nuestro amiguito, que solía pasearse orondo por el taller, mirando por encima del hombro a los demás elementos de dibujo, puesto que sabía que él era el mejor. Todas las fibras y acuarelas del taller suspiraban por el galán.

Cierto día, un viejo plumín de tinta china, envidioso porque nuestro amiguito era el centro de la atención femenina del taller, sembró en él una inquietante cizañita. Le dijo: "¿Tú te crees muy bueno? Pues lamento informarte que tú solo no vales nada. Jamás decides tú qué es lo que pintarás, o qué colores utilizarás, sino que eres un miserable esclavo del pintor que es quien te usa como a él se le da la gana". Esto inquietó al pincelito. ¿Sería verdad lo que el plumín había dicho? ¡No! El pintor era bueno... Pero... si era así, ¿qué derecho tenía el pintor de hacer con él lo que quisiera? ¡El pincelito era el que se ensuciaba y el que se desgastaba al raspar contra el lienzo. ¿Por qué había de llevarse los laureles el pintor?

La sombra de esta incomodidad quedó flotando en el ánimo del pincelito... Al día siguiente, cuando el pintor lo tomó en sus manos, decidió que sería él quien dictaría los trazos. Así cuando el pintor quería realizar una línea, el pincelito hacía fuerza para pintarla en otra dirección. Cuando el pintor quería sopar el pincel en un color, él apuntaba hacia otro tarrito de pintura. El pintor no entendía qué estaba sucediendo, puesto que en el lienzo tan solo aparecieron manchones deformes e improlijos. Luego de varios intentos fallidos, simplemente dejó al pincelito de lado y tomó otro para recomenzar su obra.

Esto puso aún más furioso a nuestro amiguito. ¿Quién se creía ese pintor que era para cambiarlo a él, al mejor, por un pincel cualquiera? ¡Ahora mismo se pondría él solo a pintar sin necesidad de que ese estúpido pintor lo manosease con sus manos sucias de pintura! Y así lo hizo. Se ubicó frente a un lienzo y con varios potes de pintura junto a él y comenzó a pintar. Todos observaban absortos al pincelito, incluso el pintor, que había dejado su trabajo, y al ver la satisfacción del plumín, comenzó a sospechar qué estaba ocurriendo. De más está decir, que tan solo una masa informe de colores superpuestos apareció sobre el lienzo. Y todos se rieron de él...

Nuestro amiguito, avergonzado, deprimido y frustrado se retiró a llorar lágrimas de pintura en su vaso. Había hecho el ridículo. Todos se habían reído de él. Todos... menos el pintor, que lo tomó dulcemente en sus manos y le dijo: "Querido amiguito, yo sé que tú eres el mejor, pero eres el mejor en mis manos. No eres un esclavo en mis manos, sino que juntos, los dos, pintamos. Así como yo te necesito a tí, tú me necesitas a mí. Sólo dejándote conducir por mis manos podemos crear juntos la belleza. El que sea yo quien dirige tus movimientos no te quita mérito, no, sino que por el contrario te enaltece, porque yo te elijo a ti entre todos los otros pinceles. ¿Nunca lo habías pensado así? Yo te amo, y te elijo a ti, entre muchos otros, cada vez que te utilizo. Y ahora sécate esas lágrimas, y vamos a seguir pintando".

Y el pincelito comprendió que en su naturaleza de pincel estaba el dejarse conducir por las manos del pintor, que sólo así podía ser lo que él era: un pincel."


miércoles, 9 de noviembre de 2011

El paisajista



Un pintor de mucho talento fue enviado por el emperador a una provincia lejana, desconocida, recién conquistada, con la misión de traer imágenes pintadas. El deseo del emperador era conocer así aquellas provincias.

El pintor viajó mucho, visitó los recodos de los nuevos territorios, pero regresó a la capital sin una sola imagen, sin siquiera un boceto.

El emperador se sorprendió, e incluso se enfadó.

Entonces el pintor pidió que le dejasen un gran lienzo de pared del palacio. Sobre aquella pared representó todo el país que acababa de recorrer. Cuando el trabajo estuvo terminado, el emperador fue a visitar el gran fresco. El pintor, varilla en mano, le explicó todos los rincones del paisaje, de las montañas, de los ríos, de los bosques.

Cuando la descripción finalizó, el pintor se acercó a un estrecho sendero que salía del primer plano del fresco y parecía perderse en el espacio. Los ayudantes tuvieron la sensación de que el cuerpo del pintor se adentraba a poco en el sendero, que avanzaba poco a poco en el paisaje, que se hacia más pequeño. Pronto una curva del sendero lo ocultó a sus ojos. Y al instante desapareció todo el paisaje, dejando el gran muro desnudo.

El emperador y las personas que lo rodeaban volvieron a sus aposentos en silencio.


martes, 8 de noviembre de 2011

No te rindas



No te rindas, aún estás a tiempo
De alcanzar y comenzar de nuevo,
Aceptar tus sombras,
Enterrar tus miedos,
Liberar el lastre,
Retomar el vuelo.
No te rindas que la vida es eso,
Continuar el viaje,
Perseguir tus sueños,
Destrabar el tiempo,
Correr los escombros,
Y destapar el cielo.
No te rindas, por favor no cedas,
Aunque el frío queme,
Aunque el miedo muerda,
Aunque el sol se esconda,
Y se calle el viento,
Aún hay fuego en tu alma
Aún hay vida en tus sueños.
Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo
Porque lo has querido y porque te quiero
Porque existe el vino y el amor, es cierto.
Porque no hay heridas que no cure el tiempo.
Abrir las puertas,
Quitar los cerrojos,
Abandonar las murallas que te protegieron,
Vivir la vida y aceptar el reto,
Recuperar la risa,
Ensayar un canto,
Bajar la guardia y extender las manos
Desplegar las alas
E intentar de nuevo,
Celebrar la vida y retomar los cielos.
No te rindas, por favor no cedas,
Aunque el frío queme,
Aunque el miedo muerda,
Aunque el sol se ponga y se calle el viento,
Aún hay fuego en tu alma,
Aún hay vida en tus sueños
Porque cada día es un comienzo nuevo,
Porque esta es la hora y el mejor momento.
Porque no estás solo, porque yo te quiero.

Mario Benedetti


lunes, 7 de noviembre de 2011

No tomar la vida tan en serio



Los discípulos esperaban ansiosos la llegada de un famoso Maestro y, como su visita era poco frecuente, se dedicaron a preparar las preguntas que iban a hacerle.


Cuando al fin llegó, se reunieron en el templo y la tensión era extrema, pues nadie sabia por dónde comenzar la conversación... Al principio el Maestro no dijo nada, los miraba fijamente a los ojos, luego empezó a sonreír y la tensión desapareció, todos en el salón lo imitaron. Entonces el santo comenzó a reír y todos rieron, rieron y rieron por largo rato... sin saber por qué, la risa era contagiosa y progresiva. Transcurrió mucho tiempo hasta que dejaron de reírse y todos se sentaron a disfrutar de la deliciosa paz que invadía el recinto, pues no había diferencias que los separaran, eran sólo uno. Entonces el santo pronuncio sus únicas palabras de esa noche: "Espero haber respondido satisfactoriamente a todas vuestras preguntas" y rió de nuevo y todos rieron con él.


La alegría y la espontaneidad anularon al ego y cuando el ego muere muchos problemas desaparecen con él y donde no hay ego, está el amor, están las respuestas y está Dios.

domingo, 6 de noviembre de 2011

¿Queda prohibido!



Queda prohibido llorar sin aprender,
levantarte un día sin saber que hacer,
tener miedo a tus recuerdos.
Queda prohibido no sonreír a los problemas,
no luchar por lo que quieres,
abandonarlo todo por miedo,
no convertir en realidad tus sueños.
Queda prohibido no demostrar tu amor,
hacer que alguien pague tus deudas y el mal humor.
Queda prohibido dejar a tus amigos,
no intentar comprender lo que vivieron juntos,
llamarles solo cuando los necesitas.
Queda prohibido no ser tú ante la gente,
fingir ante las personas que no te importan,
hacerte el gracioso con tal de que te recuerden,
olvidar a toda la gente que te quiere.
Queda prohibido no hacer las cosas por ti mismo,
tener miedo a la vida y a sus compromisos,
no vivir cada día como si fuera un ultimo suspiro.
Queda prohibido echar a alguien de menos sin
alegrarte, olvidar sus ojos, su risa,
todo porque sus caminos han dejado de abrazarse,
olvidar su pasado y pagarlo con su presente.
Queda prohibido no intentar comprender a las personas,
pensar que sus vidas valen mas que la tuya,
no saber que cada uno tiene su camino y su dicha.
Queda prohibido no crear tu historia,
no tener un momento para la gente que te necesita,
no comprender que lo que la vida te da, también te lo quita.
Queda prohibido no buscar tu felicidad,
no vivir tu vida con una actitud positiva,
no pensar en que podemos ser mejores,
no sentir que sin ti este mundo no sería igual.