En el valle de Kadisha, donde fluye el majestuoso río, dos pequeñas corrientes se encontraron y conversaron.
Una corriente dijo:
-¿Cómo has llegado, amiga mía, y cómo ha sido tu camino?
Y la otra contestó:
-Mi camino fue de lo más embarazoso. La rueda del molino se había roto y el granjero que me conducía desde el cauce hasta sus plantas murió. Y hube de bajar forcejeando y filtrándome por la suciedad de aquellos que no hacen nada más que sentarse y cocer su pereza al sol. ¿Y cómo fue tu camino, hermana mía?
-Mi camino fue diferente -respondió la otra corriente-. Bajé de las colinas entre flores fragantes y tímidos sauces; hombres y mujeres bebían de mí con copas de plata y los niños remojaban sus piececitos rosados en mis orillas, y todo era risa alrededor de mí, y dulces canciones. ¡Qué pena que tu camino no haya sido feliz!
En ese momento el río habló con voz potente:
-Vengan, vengan, iremos hacia el mar. Vengan, vengan, pues en mí olvidarán sus caminos errantes, tristes o alegres. Vengan, vengan. Y ustedes y yo olvidaremos todo cuando hayamos alcanzado el corazón de nuestra madre, la mar.
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