jueves, 31 de marzo de 2011

El Tigre y el León



Que gran decepción tenía el joven de esta historia, su amargura absoluta era por la forma tan inhumana en que se comportaban todas las personas pues al parecer, ya a nadie le importaba nadie.

Un día dando un paseo por el monte, vio sorprendido que una pequeña liebre le llevaba comida a un enorme tigre malherido, el cual no podía valerse por sí mismo. Le impresionó tanto al ver este hecho, que regresó al siguiente día para ver si el comportamiento de la liebre era casual o habitual. Con enorme sorpresa pudo comprobar que la escena se repetía: la liebre dejaba un buen trozo de carne cerca del tigre.

Pasaron los días y la escena se repitió de un modo idéntico, hasta que el tigre recuperó las fuerzas y pudo buscar la comida por su propia cuenta. Admirado por la solidaridad y cooperación entre los animales, se dijo:

- "No todo está perdido. Si los animales, que son inferiores a nosotros, son capaces de ayudarse de este modo, mucho más lo haremos las personas".

Y decidió hacer la experiencia. Se tiró al suelo, simulando que estaba herido y se puso a esperar que pasara alguien y le ayudara. Pasaron las horas, llegó la noche y nadie se acercó en su ayuda. Estuvo así durante todo el otro día y ya se iba a levantar, mucho más decepcionado que cuando comenzamos a leer esta historia, con la convicción de que la humanidad no tenía el menor remedio, sintió dentro de sí todo el desespero del hambriento, la soledad del enfermo, la tristeza del abandono, su corazón estaba devastado, sí casi no sentía deseo de levantarse, entonces allí, en ese instante, lo oyó...¡Con qué claridad, qué hermoso!, una hermosa voz, muy dentro de él le dijo:

- "Si quieres encontrar a tus semejantes, si quieres sentir que todo ha valido la pena, si quieres seguir creyendo en la humanidad, para encontrar a tus semejantes como hermanos, deja de hacer de tigre y simplemente se la liebre".

Piera de Napolitano

miércoles, 30 de marzo de 2011

Las monedas encantadas




Hubo una vez un hombre bondadoso y rico que al cumplir muchos años pensó dejar a cargo de sus cosas a algún joven inteligente y honesto. Comentando un día su decisión y las ganas que tenía de no equivocarse en la elección, un buen amigo le dio este consejo:
- La próxima vez que vendas algo, cuando des el dinero del cambio, entrega como por descuido la moneda del menor valor. Aquel que te la devuelva sabrás que es honrado.
El hombre rico agradeció mucho el consejo, y pensando que era una buena idea y fácil de realizar, decidió ponerla en práctica. No contaba con que uno de los presentes, un vecino que se hacía pasar por amigo pero en verdad le envidiaba enormemente, contrató los favores de un hechicero, a quien encargó encantar las pequeñas monedas que poseía el anciano de modo que cualquiera que mirase una de aquellas monedas tocadas por él, viera en ella no una moneda corriente, sino aquello que más quería en el mundo. Confiaba el malvado en que nadie devolviera la moneda y el viejo se desesperase, y entonces dejase a un sobrino suyo administrar todos sus negocios.
Todo resultó según lo planeado por el envidioso comerciante, y ni uno solo de los que hablaron con el anciano fue capaz de devolver la triste moneda: unos veían en ella el mayor diamante o piedra preciosa, otros una obra de arte, otros una reliquia y algunos incluso una pócima curativa milagrosa. Medio rendido en su intento por encontrar alquien honrado, su envidioso vecino aprovechó para enviar al sobrino advirtiéndole cuidadosamente para que devolviese la moneda. El sobrino fue decidido a hacerlo, pero al recibir la moneda, vio en ella todas las posesiones y títulos de su tío, y creyendo que todo lo que le había contado su tío era un engaño, marchó con su inútil moneda y su avaricia hacia ninguna parte, pues cuando su tío se enteró de la traición lo despidió para siempre.
El anciano, deprimido y enfermo, decidió llamar a sus sirvientes antes de morir, y les entregó algunos bienes para que pudieran vivir libremente cuando él no estuviera. Entre ellos se encontraba uno muy joven aún, al que entregó una de aquellas pequeñas monedas por error. El joven, criado a la sombra de aquel justo y sabio señor a quien quería como un padre, vio en lugar de la moneda una poderosa medicina que curaría al anciano señor, pues aquello era de veras lo que más quería en el mundo, y según la vio, entregó la moneda de nuevo diciendo: "tomad, señor, esto es para vos; seguro que os sentará bien". 

Efectivamente, aquella simple moneda actuó como el más milagroso de los bálsamos, pues el anciano saltó de alegría al haber encontrado por fin alguien honrado, y le llenaba de gozo comprobar que siempre había estado en su propia casa.

Y así, el joven sirviente pasó a administrar con gran justicia, generosidad y honradez todos los bienes del anciano, quien siguió acompañándole y aconsejándole como a un hijo por muchos años.

martes, 29 de marzo de 2011

La distancia emocional



Un día, Meher Baba preguntó a sus mandalíes:

-¿Por qué las personas se gritan cuando están enojadas? 

Los hombres pensaron durante unos momentos.

-Porque pierden la calma -dijo uno-, por eso se gritan.

-Pero, ¿por qué gritar cuando la otra persona está a tu lado? -preguntó Baba-. ¿No es posible hablarle en voz baja? ¿Por qué gritas a una persona cuando estás enojado?

Los hombres dieron algunas otras respuestas, pero ninguna de ellas satisfacía al maestro Meher Baba. Finalmente, él explicó:

-Cuando dos personas están enojadas y discuten, sus corazones se alejan mucho. Para cubrir esta distancia, deben gritar para poder escucharse. Mientras más enojados estén, más fuerte tendrán que gritar para escucharse la una a la otra a través de esa gran distancia.

Luego, Baba preguntó: -Qué sucede cuando dos personas se enamoran? Pues que no se gritan, sino que se hablan suavemente,  ¿por qué?... Sus corazones están muy cerca. La distancia entre ellas es muy pequeña.

Los discípulos lo escuchaban absortos y Meher Baba continuó:

-Cuando se enamoran más aún, ¿qué sucede? Los enamorados no hablan, sólo susurran y se acercan más en su amor. Finalmente no necesitan siquiera susurrar, sólo se miran y eso es todo. Así es, observad lo cerca que están dos personas que se aman. Así pues, cuando discutáis, no dejéis que vuestros corazones se alejen, no digáis palabras que los distancien más. Llegará un día en que la distancia será tanta que ya no encontraréis el camino de regreso.

Extraído de: "Juntos pero no atados" de Jaume Soler y M. Mercè Conangla.



lunes, 28 de marzo de 2011

La razón, el amor y el odio.



Hubo una vez una nube muy grande que se llamaba la Razón y tuvo dos hijos a los que llamó Odio y Amor. Mamá la Razón era muy feliz con sus hijitos pues aunque se la pasaban discutiendo por todo, eran demasiado pequeños para hacerse daño y a ella le hacía mucha gracia verlos pelearse por todo y luego seguir jugando como si nada.

Mamá la Razón era muy grande y poderosa y cuando internvenía, todo volvía a estar en su sitio. Además de ser la más grande de las nubes, era algo rara: luminosa, brillaba por sí misma y por mucho que trataran de opacarla, y aún sin proponérselo, su luz se filtraba a través de todas las cosas.

Sus queridos hijos fueron creciendo sin que ella, ocupada en muchas cosas importantes, se diera apenas cuenta. Odio fue creciendo deforme y huraño; mamá la Razón empezó entonces a preocuparse.

Un día escuchó a dos de sus mejores amigas discutir muy, muy alto; una por Odio y otra por Amor. Qué triste estaba; era verdad que Odio era feo y violento; pero Amor, tan grande y bello, no era menos cruel en la pelea; era capaz de tanto daño aún sin darse cuenta como el mismo Odio. Por eso, despues de meditar mucho, porque debes saber que mamá la Razón nunca actúa impulsivamente, por el contrario, se toma todo su tiempo, el que sea necesario para obrar correctamente; y así fue como después de pensar muy bien lo que debía hacer y decir, se dirigió a sus buenas amigas y les dijo así:

"No tienen por qué pelearse. La verdad es la que siempre resaltará. Verdad es que Odio ha crecido feo y retorcido, pero Amor es demasiado grande para ser vencido por Odio y aún en Odio, con todo lo feo que parezca, hay algo digno, algo hermoso y quizás justo. Amor quizás por ser tan grande y saberse poderoso, a veces se vuelve eogista y avaricioso".

Y así fue como la Razón se impuso, y siguió brillando sobre Odio y Amor.

domingo, 27 de marzo de 2011

FABULA DE LA RANA Y LA FALTA DE HUMILDAD






Una rana se preguntaba cómo podía alejarse del clima frío del invierno.


Unos gansos le sugirieron que emigrara con ellos. Pero el problema era que la rana no sabía volar. "


Déjenmelo a mí -dijo la rana-. Tengo un cerebro espléndido".

Luego pidió a dos gansos que la ayudaran a recoger una caña fuerte, cada uno sosteniéndola por un extremo. La rana pensaba agarrares a la caña por la boca.

A su debido tiempo, los gansos y la rana comenzaron su travesía.


Al poco rato pasaron por una pequeña ciudad, y los habitantes de allí salieron
para ver el inusitado espectáculo.


Alguien preguntó: "¿A quién se le ocurrió tan brillante idea?

" Esto hizo que la rana se sintiera tan orgullosa y con tal sentido de importancia, que exclamó: "

¡A MI!" .

Su orgullo fue su ruina, porque al momento en que abrió la boca, se soltó .

sábado, 26 de marzo de 2011

El misterioso ladrón de ladrones




Caco Malako era ladrón de profesión. Robaba casi cualquier cosa, pero era tan habilidoso, que nunca lo habían pillado. Así que hacía una vida completamente normal, y pasaba por ser un respetable comerciante. Robara poco o robara mucho, Caco nunca se había preocupado demasiado por sus víctimas; pero todo eso cambió la noche que robaron en su casa.

Era lo último que habría esperado, pero cuando no encontró muchas de sus cosas, y vio todo revuelto, se puso verdaderamente furioso, y corrió todo indignado a contárselo a la policía. Y eso que era tan ladrón, que al entrar en la comisaría sintió una alergia tremenda, y picores por todo el cuerpo.

¡Ay! ¡Menuda rabia daba sentirse robado siendo él mismo el verdadero ladrón del barrio! Caco comenzó a sospechar de todo y de todos. ¿Sería Don Tomás, el panadero? ¿Cómo podría haberse enterado de que Caco le quitaba dos pasteles todos los domingos? ¿Y si fuera Doña Emilia, que había descubierto que llevaba años robándole las flores de su ventana y ahora había decidido vengarse de Caco? Y así con todo el mundo, hasta tal punto que Caco veía un ladrón detrás de cada sonrisa y cada saludo.

Tras unos cuantos días en que apenas pudo dormir de tanta rabia, Caco comenzó a tranquilizarse y olvidar lo sucedido. Pero su calma no duró nada: la noche siguiente, volvieron a robarle mientras dormía.

Rojo de ira, volvió a hablar con la policía, y viendo su insistencia en atrapar al culpable, le propusieron instalar una cámara en su casa para pillar al ladrón con las manos en la masa. Era una cámara modernísima que aún estaba en pruebas, capaz de activarse con los ruidos del ladrón, y seguirlo hasta su guarida.

Pasaron unas cuantas noches antes de que el ladrón volviera a actuar. Pero una mañana muy temprano el inspector llamó a Caco entusiasmado:

- ¡Venga corriendo a ver la cinta, señor Caco! ¡Hemos pillado al ladrón!

Caco saltó de la cama y salió volando hacia la comisaría. Nada más entrar, diez policías se le echaron encima y le pusieron las esposas, mientras el resto no paraba de reír alrededor de un televisor. En la imagen podía verse claramente a Caco Malako sonámbulo, robándose a sí mismo, y ocultando todas sus cosas en el mismo escondite en que había guardado cuanto había robado a sus demás vecinos durante años... casi tantos, como los que le tocaría pasar en la cárcel.
Pedro Pablo Sacristan

viernes, 25 de marzo de 2011

Un viejete en la luna




Paco desde que fue un pequeñajo decía que iba a ser astronauta. Pero por mucho que estudió y trabajó, y por muchas pruebas a las que se presentó, nunca fue elegido. Y así cumplió la edad máxima para presentarse a las pruebas de selección sin haber llegado a cumplir su sueño.

Muchos se apenaron por él, pensando en todo el tiempo y el esfuerzo que había desperdiciado, e incluso sentían lástima. Y a pesar de todo lo que le decían para que dejara su deseo abandonado, Paco siguió preparándose como si fuera a presentarse de nuevo a las pruebas al mes siguiente.

Así se fue haciendo mayor, y ya era todo un anciano, cuando recibió la noticia de que para unos experimentos médicos importantísimos hacía falta un astronauta muy mayor. En todo el mundo, sólo Paco, que ya caminaba apoyándoe en un bastón, tenía la preparación sufiente para ir en cohete. Así que cuando ya nadie lo esperaba, se encontró dando paseos espaciales para ayudar a la ciencia. Sus conocimientos y sabiduría durante aquellas misiones sirvieron para eliminar una de las peores enfermedades de las personas mayores, y Paco fue considerado un héroe.

Las fotos de aquel astronauta con garrota y pocos dientes dieron la vuelta al mundo, convertido en el mejor ejemplo de que el saber y la preparación nunca sobran, y de que el esfuerzo y la tenacidad siempre tienen recompensa, aunque no sea como pensábamos en un principio.

Pedro Pablo Sacristan

El saber no ocupa lugar

Aprendemos más por placer
que por necesidad.


jueves, 24 de marzo de 2011

Un encargo insignificante




El día de los encargos era uno de los más esperados por todos los niños en clase. Se celebraba durante la primera semana del curso, y ese día cada niño y cada niña recibía un encargo del que debía hacerse responsable durante ese año. Como con todas las cosas, había encargos más o menos interesantes, y los niños se hacían ilusiones con recibir uno de los mejores. 

A la hora de repartirlos, la maestra tenía muy en cuenta quiénes habían sido los alumnos más responsables del año anterior, y éstos eran los que con más ilusión esperaban aquel día. Y entre ellos destacaba Rita, una niña amable y tranquila, que el año anterior había cumplido a la perfección cuanto la maestra le había encomendado. Todos sabían que era la favorita para recibir el gran encargo: cuidar del perro de la clase.

Pero aquel año, la sorpresa fue mayúscula. Cada uno recibió alguno de los encargos habituales, como preparar los libros o la radio para las clases, avisar de la hora, limpiar la pizarra o cuidar alguna de las mascotas. Pero el encargo de Rita fue muy diferente: una cajita con arena y una hormiga. Y aunque la profesora insistió muchísimo en que era una hormiga muy especial, Rita no dejó de sentirse desilusionada.

La mayoría de sus compañeros lo sintió mucho por ella, y le compadecían y comentaban con ella la injusticia de aquella asignación. Incluso su propio padre se enfadó muchísimo con la profesora, y animó a Rita a no hacer caso de la insignificante mascotilla en señal de protesta. Pero Rita, que quería mucho a su profesora, prefería mostrarle su error haciendo algo especial con aquel encargo tan poco interesante:

- Convertiré este pequeño encargo en algo grande -decía Rita.

Así que Rita investigó sobre su hormiga: aprendió sobre las distintas especies y estudió todo lo referente a sus hábitat y costumbres, y adaptó su pequeña cajita para que fuera perfecta. Cuidaba con mimo toda la comida que le daba, y realmente la hormiga llegó a crecer bastante más de lo que ninguno hubiera esperado...


Un día de primavera, mientras estaban en el aula, se abrió la puerta y apareció un señor con aspecto de ser alguien importante. La profesora interrumpió la clase con gran alegría y dijo:

- Este es el doctor Martínez. Ha venido a contarnos una noticia estupenda ¿verdad?

- Efectivamente. Hoy se han publicado los resultados del concurso, y esta clase ha sido seleccionada para acompañarme este verano a un viaje por la selva tropical, donde investigaremos todo tipo de insectos. De entre todas las escuelas de la región, sin duda es aquí donde mejor habéis sabido cuidar la delicada hormiga gigante que se os encomendó. ¡Felicidades! ¡Seréis unos ayudantes estupendos!

Ese día todo fue fiesta y alegría en el colegio: todos felicitaban a la maestra por su idea de apuntarles al concurso, y a Rita por haber sido tan paciente y responsable. Muchos aprendieron que para recibir las tareas más importantes, hay que saber ser responsable con las más pequeñas, pero sin duda la que más disfrutó fue Rita, quien repetía para sus adentros "convertiré ese pequeño encargo en algo grande" .

Pablo Pedro Sacristán

miércoles, 23 de marzo de 2011

Las dos gallinas




"Compañero correligionario ...Si tuvieras dos casas, ¿donarías una a la revolución?"

"SÍ" - responde el compañero militante.   

"Y si tuvieras dos autos de lujo, ¿donarías uno a la revolución?"

"SÍ" - nuevamente responde el aguerrido militante. 

 "Y si tuvieras un millón en tu cuenta bancaria, ¿donarías la mitad para la revolución?"  

"Lógicamente, lo donaría" - respondió el orgulloso compañero. 

"Y si tuvieras dos gallinas, ¿donarías una para la revolución?"

"No" - respondió el compañero. 

"Pero... ¿por qué donarías un apartamento si tuvieras dos, un auto de lujo si tuvieras dos, y donarías 500.000 si tuvieras un millón en tu cuenta...y no donarías una gallina si tuvieras dos? 

"Cooooño, ¡¡¡porque las gallinas SI las tengo!!!!

Unas cosas son las ideas,
otra es la realidad.
Menos mal que hay gente,
que no sólo da de lo poco que tiene,
sino que se da a si mismo.

martes, 22 de marzo de 2011

Itzelina y los rayos del sol




Itzelina Bellas Chapas era una niña muy curiosa que se levantó temprano una mañana con la firme intención de atrapar, para ella sola, todos los rayos del sol. Una ardilla voladora que brincaba entre árbol y árbol le gritaba desde lo alto. ¿A dónde vas, Itzelina?, y la niña respondió:

- Voy a la alta montaña, a pescar con mi malla de hilos todos los rayos del sol y así tenerlos para mí solita.
- NO seas mala, bella Itzelina - le dijo la ardilla- Deja algunos pocos para que me iluminen el camino y yo pueda encontrar mi alimento.
- Está bien, amiga ardilla - le contestó Itzelina-, no te preocupes. Tendrás como todos los días rayos del sol para ti.

Siguió caminando Itzelina, pensando en los rayos del sol, cuando un inmenso árbol le preguntó. ¿Por qué vas tan contenta, Itzelina?
- Voy a la alta montaña, a pescar con mi malla de hilos todos los rayos del sol y así tenerlos para mí solita, y poder compartir algunos con mi amiga, la ardilla voladora.
El árbol, muy triste, le dijo:

- También yo te pido que compartas conmigo un poco de sol, porque con sus rayos seguiré creciendo, y más pajaritos podrán vivir en mis ramas.


- Claro que sí, amigo árbol, no estés triste. También guardaré unos rayos de sol para ti.

Itzelina empezó a caminar más rápido, porque llegaba la hora en la que el sol se levantaba y ella quería estar a tiempo para atrapar los primeros rayos que lanzara. Pasaba por un corral cuando un gallo que estaba parado sobre la cerca le saludó.


- Hola, bella Itzelina. ¿Dónde vas con tanta prisa?


- Voy a la alta montaña, a pescar con mi malla de hilos todos los rayos del sol y así poder compartir algunos con mi amiga la ardilla voladora, para que encuentre su alimento; y con mi amigo el árbol, para que siga creciendo y le dé hospedaje a muchos pajaritos.

- Yo también te pido algunos rayos de sol para que pueda saber en las mañanas a qué hora debo cantar para que los adultos lleguen temprano al trabajo y los niños no vayan tarde a la escuela.

- Claro que sí, amigo gallo, también a ti te daré algunos rayos de sol – le contestó Itzelina Bellas Chapas.

Itzelina siguió caminando, pensando en lo importante que eran los rayos del sol para las ardillas y para los pájaros; para las plantas y para los hombres; para los gallos y para los niños. Entendió que si algo le sirve a todos, no es correcto que una persona lo quiera guardar para ella solita, porque eso es egoísmo.


Llegó a la alta montaña, dejó su malla de hilos a un lado y se sentó a esperar al sol. Ahí, sentadita y sin moverse, le dio los buenos días, viendo como lentamente los árboles, los animales, las casas, los lagos y los niños se iluminaban y se llenaban de colores gracias a los rayos del sol.

lunes, 21 de marzo de 2011

El perro y el cocinero




Preparó un hombre una cena en honor de uno de sus amigos y de sus familiares. Y su perro invitó también a otro perro amigo.

-- Ven a cenar a mi casa conmigo -- le dijo.

Y llegó el perro invitado lleno de alegría. Se detuvo a contemplar el gran festín, diciéndose a sí mismo:

-- ¡ Que suerte tan inesperada ! Tendré comida para hartarme y no pasaré hambre por varios días.

Estando en estos pensamientos, meneaba el rabo como gran viejo amigo de confianza. Pero al verlo el cocinero moviéndose alegremente de allá para acá, lo cogió de las patas y sin pensarlo más, lo arrojó por la ventana. El perro se volvió lanzando grandes alaridos, y encontrándose en el camino con otros perros, estos le preguntaron:

-- ¿ Cuánto has comido en la fiesta, amigo ?

-- De tanto beber, -- contestó -- tanto me he enbriagado, que ya ni siquiera sé por donde he salido.

No te confíes de la generosidad 
que otros prodigan 
con lo que no les pertenece.

domingo, 20 de marzo de 2011

El anillo de oro




Había una vez un joven, con baja autoestima, que recurrió a un sabio en busca de ayuda...

—Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo 
fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago 
nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo 
mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?

El maestro, sin mirarlo, le dijo:

—Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo 
resolver primero mi propio problema. Quizás después... –y 
haciendo una pausa agregó— Si quisieras ayudarme tú a mí, yo 
podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te 
pueda ayudar.

—E... encantado, maestro –titubeó el joven pero sintió 
que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas.

—Bien –asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba 
en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al 
muchacho, agregó: "toma el caballo que está allí afuera y 
cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo 
que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la 
mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de 
oro. Vete antes y regresa con esa moneda lo más rápido que 
puedas". 

El joven tomó el anillo y partió. 
Apenas llegó, empezó a ofrecer al anillo a los mercaderes.

Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo 
que pretendía por el anillo.

Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos 
reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan 
amable como para tomarse la molestia de explicarle que una 
moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un 
anillo. 

En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de 
plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones 
de no aceptar menos de una moneda de oro, y rechazó la oferta.

Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba 
en el mercado –más de cien personas— y abatido por su 
fracaso, montó su caballo y regresó.

Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa 
moneda de oro. Podría entonces habérsela entregado al maestro 
para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo 
y ayuda.

Entró en la habitación.

—Maestro –dijo— lo siento, no es posible conseguir lo que 
me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de 
plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del 
verdadero valor del anillo.

—Qué importante lo que dijiste, joven amigo –contestó 
sonriente el maestro—. Debemos saber primero el verdadero 
valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor 
que él, para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y
pregúntale cuánto te da por él. Pero no importa lo que ofrezca, 
no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.

El joven volvió a cabalgar.

El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con 
su lupa, lo pesó y luego le dijo:

—Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, 
no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.

¡¿58 monedas?! –exclamó el joven.

—Sí –replicó el joyero— Yo sé que con tiempo podríamos 
obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé... Si la venta es 
urgente...

El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle 
lo sucedido.

—Siéntate –dijo el maestro después de escucharlo—. Tú 
eres como este anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo 
puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la 
vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?

Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo 
pequeño de su mano izquierda.