viernes, 1 de febrero de 2013

Nunca hubo división





Su Excelencia, el Señor gobernador Musho Keixhu, va de viaje; avanza al paso lento de sus portadores hacia Kamakura, la gran capital del Emperador.

En las colinas de Kamakura, el maestro Zen Unkei ha instalado su taller de estatuaria detrás de una modesta pagoda. Esculpe en madera budas de sonrisa eterna. También recibe a gentes de toda condición que solicitan sus consejos. Unkei es un hombre exteriormente rudo, un silencioso, pero nunca niega su ayuda, y todos lo veneran.

Esta mañana, precisamente, el joven monje que hace de portero se acerca con aire preocupado; trae religiosamente en las manos una carta de presentación maravillosamente adornada y decorada. En ella se lee:

SU EXCELENCIA MUSHO KEISHU,
GOBERNADOR DE KYOTO,
CONSEJERO PERSONAL DEL SHOGUN

"No tengo nada que decirle a este hombre", dice secamente Unkei, que deja caer la carta y sigue trabajando. El joven portero, desconcertado y asustado, regresa a anunciarle al criado de Su Excelencia la negativa de su maestro. Temblando, espera cuál será la reacción del alto personaje, que por el momento no ha salido de su litera.

"! Monje, Su Excelencia te está esperando!"

El portero, más muerto que vivo, se presenta humildemente ante el señor gobernador, que está confortablemente recostado en sus cojines de seda.

"¿Tu maestro no quiere recibirme? - responde Su Excelencia, más asombrado que irritado - ¿Te ha dado algún motivo?

- No, Señor.

- ¿Ya sabe que podría mandar que le cierren el taller, encarcelarlo a él y a los suyos y hacer empalar a sus criados?

- Piedad Señor!, exclama el joven novicio cayendo de rodillas.

Su Excelencia el gobernador no es mal hombre. Media un instante, mullidamente recostado en sus cojines de seda. 

- Hum! Hum! - dice el gobernador - voy a probar una cosa. Tacha todos sus títulos y no deja en su tarjeta de visita más que su nombre: MUSHO KEISHU. Anda y llévale de nuevo a tu maestro mi tarjeta de visita!.

Unkei está lacando un buda de madera. Coge la tarjeta que el portero le tiende temblando.

- Recibiré encantado a este hombre, responde.


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