Un mercader decidió hacer un viaje
urgente a otra ciudad. Temeroso de los
ladrones, puso su dinero en una bolsa y fue a la
casa de su mejor amigo y le rogó que le
guardara el dinero mientras andaba de viaje.
Aceptó el amigo y guardó la bolsa con las
monedas de oro. Pero en cuento se fue el
mercader, el mal amigo, al ver tanto dinero,
tuvo una malvada idea. Cuando volvió el
mercader, fue a casa de su amigo y le pidió la
bolsa con las monedas.
“Hay amigo – dijo el mal amigo – no lo podrás creer, pero cuando te
fuiste un ratón mordió tu bolsa y se fue llevando tus monedas de una en una,
hasta no dejar ni una sola”. El mercader comprendió la mentira del ambicioso
amigo pero no dijo nada y se fue fingiendo haber creído la historia.
Ahora bien, el ladrón tenía un hijo que era toda su alegría y el mercader
hizo que el hijo de su amigo se quedara unos cuantos días en su casa para darle
una lección. Pasado unos días fue a visitar a su amigo. Lo encontró llorando
amargamente y entre sollozos le contó que había desaparecido el niño que era toda sualegría de vivir.
“Ah, sí – respondió el mercader – yo vi a
un águila llevándose al niño entre las garras”.
“Pero es imposible – contestó el amigo
ambicioso – no creo que un águila pueda
llevarse un niño entre sus garras”.
“Bueno – respondió el mercader – tan imposible como que un ratón se robe de una bolsa cien monedas de oro”.
Al momento comprendió el mal amigo la lección que estaba recibiendo y
fue rápido a devolver las monedas de oro y a la vez recibió de vuelta a su hijo.
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