Hacía mucho tiempo que la zorra y la cigüeña no se veían y un día se encontraron por casualidad. La cigüeña era una gran señora, pero a la zorra no le gustaba que fuera tan presumida y pensó hacerle una broma pesada.
Después de platicar un rato, dijo la zorra:
“Debemos celebrar nuestro encuentro, amiga cigüeña ¿Por qué no vienes a comer a mi casa?”
La cigüeña aceptó contenta, y alegremente acompaña a la zorra a su casa.
Después de platicar un rato, dijo la zorra:
“Debemos celebrar nuestro encuentro, amiga cigüeña ¿Por qué no vienes a comer a mi casa?”
La cigüeña aceptó contenta, y alegremente acompaña a la zorra a su casa.
Al llegar la hora de la cena, una exquisita comida estaba servida en la mesa, pero la zorra la había puesto sobre un plato liso como la palma de la mano, y mientras ella comía gustosamente, la pobre cigüeña con su pico largo y puntiagudo no pudo probar bocado.
La zorra hacia como que no veía lo que estaba pasando, y la cigüeña, que era muy bien educada, hizo como que estaba de muy buen humor y dijo que la comida le había gustado mucho.
La zorra hacia como que no veía lo que estaba pasando, y la cigüeña, que era muy bien educada, hizo como que estaba de muy buen humor y dijo que la comida le había gustado mucho.
Poco tiempo después, la cigüeña invitó a comer a la zorra; la zorra pensó que era una buena oportunidad para comer bien y sin gastar nada, y alegre aceptó la invitación.
En casa de la cigüeña también había una comida riquísima, pero no sobre un plato liso, sino dentro de una botella redonda y con un largo cuello, tan largo como el pico de la cigüeña.
La cigüeña devora toda su comida, y la zorra, en cambio, pasaba y repasaba su hocico por el borde, estiraba la lengua y sólo alcanzaba a lamer el vidrio frio y sin sabor, mientras que el rico olor de la comida le llegaba hasta la nariz.
Samaniego
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