viernes, 29 de julio de 2011

La nube y la luna




Una joven nube nació en medio de una gran tempestad en el mar Mediterráneo. Pero casi no tuvo tiempo de crecer allí, pues un fuerte viento empujó a todas las nubes en dirección a África.  

No bien llegaron al continente, el clima cambió: un sol generoso brillaba en el cielo y abajo se extendía la arena dorada del desierto del Sahara. El viento siguió empujándolas en dirección a los bosques del sur, ya que en el desierto casi no llueve. 

Entretanto la nuestra decidió desgarrarse de sus padres y de sus más viejos amigos para conocer el mundo. 

—¿Qué estás haciendo? —protestó el viento—. ¡El desierto es todo igual! ¡Regresa a la formación y vámonos hasta el centro de África, donde existen montañas y árboles deslumbrantes!  

Pero la joven nube, rebelde por Naturaleza, no obedeció. Poco a poco fue bajando de altitud hasta conseguir planear en una brisa suave, generosa, cerca de las arenas doradas. Después de pasear mucho, se dio cuenta de que una de las dunas le estaba sonriendo. 

Vio que ella también era joven, recién formada por el viento que acababa de pasar. Y al momento se enamoró de su cabellera dorada. 

—Buenos días —dijo—. ¿Cómo se vive allá abajo?

—Tengo la compañía de las otras dunas, del sol, del viento y de las caravanas que de vez en cuando pasan por aquí. A veces hace mucho calor, pero se puede aguantar. ¿Y cómo se vive allí arriba?

—También existen el viento y el sol, pero la ventaja es que puedo pasear por el cielo y conocer muchas cosas.

—Para mí la vida es corta —dijo la duna—. Cuando el viento vuelva de las selvas, desapareceré.

—¿Y esto te entristece?

—Me da la impresión de que no sirvo para nada.

—Yo también siento lo mismo. En cuanto pase un viento nuevo, iré hacia el sur y me transformaré en lluvia. Mientras tanto, este es mi destino. 

La duna vaciló un poco, pero terminó diciendo:

—¿Sabes que aquí en el desierto decimos que la lluvia es el Paraíso?

—No sabía que podía transformarme en algo tan importante —dijo la nube, orgullosa.

—Ya escuché varias leyendas contadas por viejas dunas. Ellas dicen que, después de la lluvia, quedamos cubiertas por hierbas y flores. Pero yo nunca sabré lo que es eso, porque en el desierto es muy difícil que llueva.

Ahora fue la nube la que vaciló. Pero enseguida volvió a abrir su amplia sonrisa:

—Si quieres, puedo cubrirte de lluvia. Aunque acabo de llegar, me he enamorado de ti y me gustaría quedarme aquí para siempre.

—Cuando te vi por primera vez en el cielo también me enamoré —dijo la duna—. Pero si tú transformas tu linda cabellera blanca en lluvia, terminarás muriendo.

—El amor nunca muere —dijo la nube—. Se transforma. Y yo quiero mostrarte el Paraíso.
Y comenzó a acariciar a la duna con pequeñas gotas.

Así permanecieron juntas mucho tiempo hasta que apareció un arco iris.

Al día siguiente, la pequeña duna estaba cubierta de flores. Otras nubes que pasaban en dirección a África pensaban que allí estaba la parte del bosque que estaban buscando y soltaban más lluvia. Veinte años después, la duna se había transformado en un oasis, que refrescaba a los viajeros con la sombra de sus árboles.

Todo porque, un día, una nube enamorada no había tenido miedo de dar su vida por amor.


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