La mujer dejó en el suelo su cántaro de agua y marchó a la ciudad. Y dijo a la
gente: «Venid y veréis al hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será el
Mesías?».
Cristiano:
¡Qué lección, la de la samaritana... No dio respuestas. Se limitó a hacer una pregunta y a dejar que los demás encontraran la respuesta por sí solos. Y eso que tuvo que sentir la tentación de dar la respuesta, después de haber oído de tus propios labios:
«Yo soy el Mesías, el que te está hablando».
Y fueron muchos los que se hicieron discípulos tras escuchar sus palabras. Y le dijeron a la mujer: «No creemos por lo que tú has dicho, sino porque nosotros mismos le hemos oído a El, y sabemos que El es realmente el Salvador del mundo».
Cristiano:
Me he contentado con saber acerca de Ti de segunda mano, Señor. De las Escrituras y de los santos; de Papas y predicadores... Me habría gustado poderles decir a todos ellos: «No creo por lo que vosotros habéis dicho, sino porque yo mismo le he escuchado a El».
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