Dice la historia que aquel hombre comprendió en un momento dado que su camino seria aprender el arte de la espada. Era época del samurai y aquel hombre supo que necesitaba un maestro. Así de claro, se digirió a cierta montaña en particular donde vivía retirado un célebre maestro en el arte de la espada. Su idea era ser aceptado como discípulo.
El maestro vivía en una cabaña rodeado de naturaleza y en armonía con su entorno. El aspirante a discípulo llego y luego de las presentaciones del caso, le propuso al maestro que le tomara bajo su tutela. Luego de meditarlo el maestro aceptó, y como era costumbre en la época y lugar, pasó a vivir con el maestro.
Así, pronto se vio involucrado en tareas de diverso tipo. Cortar la leña, limpiar la casa y repararla, lavar la ropa y todo tipo de tareas similares. Cada día tenía varias tareas que cumplir. Esto era natural y esperado. Pero pasaba el tiempo y el pupilo esperaba iniciar su aprendizaje con la espada, pero el maestro nada decía y no era adecuado pedir nada, había que esperar.
La ansiedad del alumno crecía, hasta que llegado el año de convivencia, se armó de coraje y le habló al maestro diciendo:
- Maestro, hace un año que estoy con usted, hago todo tipo de tareas, barro, reparo, lavo, pero aun no he tocado siquiera una espada. ¿Cuándo comenzará mi entrenamiento?
El maestro lo miró detenidamente, pareció reflexionar un instante, y luego dijo:
- Esta bien, mañana mismo empezamos
Gran alegría sintió el alumno, al fin empezaría el trabajo con la espada! Ninguna otra cosa deseaba él.
Al otro día, y cuando estaba en el río lavando ropa, de la nada apareció el maestro y le dio un golpe fuerte en la espalda con el plano de la espada. Revolcándose de dolor el discípulo cae al piso mientras ve al maestro retirarse muy tranquilamente sin dar una explicación de su conducta. No era posible preguntar ni quejarse, estas eran las costumbres muy orientales de la época.
Pasaron las horas y el discípulo estaba cortando leña cuando otra vez y de la nada apareció el maestro, de nuevo le regaló terrible golpe con el plano de la espada sobre su espalda. Lo dejo adolorido y perplejo, y se fue. El discípulo no entendía nada, pero no tenia mas que aceptar esa situación.
Así fueron pasando los días. El discípulo puesto en sus tareas, era cada tanto sorprendido por el maestro y eso significaba un sablazo en la espalda. Empezó a estar mas alerta. Cortaba leña, pero atento y pleno en su presente. Pero el maestro tenía un don especial y se las arreglaba para asestarle su golpe. Si el se entregaba a ensoñaciones, si se distraía con alguna forma de dispersión mental, el maestro aparecía con su temible sable y su espalda recibía el castigo.
Poco a poco las cosas mejoraron. Cada vez mas alerta y pleno en el presente, el maestro ya casi no podía sorprenderlo. Y así llego un día en el que no importando lo que hiciera, el estaba plenamente presente y alerta. Ese día el maestro ya no podía acercase sin que lo “sintiera“. No podía ser sorprendido. Vivía pleno en el presente, libre de ensoñaciones, su radio de atención había crecido enormemente.
Entonces, ese maravilloso día, el maestro se le acercó y le dijo: ahora si estas pronto para aprender el arte de la espada…
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