lunes, 10 de octubre de 2011

La ciudad bendita





Era yo muy joven cuando me dijeron que en cierta ciudad todos sus habitantes vivían con apego a las Escrituras.


Y me dije: "Buscaré esa ciudad y la santidad que en ella se encuentra".

Y aquella ciudad quedaba muy lejos de mi patria.

Reuní gran cantidad de provisiones para el viaje, y emprendí el camino. Tras cuarenta días de andar divisé a lo lejos la ciudad, y al día siguiente entré en ella. Pero, ¡oh sorpresa! vi que todos los habitantes de esa ciudad sólo tenían un ojo y una mano.

Me asombró mucho aquello, y me dije:

"¿Por qué tendrán los habitantes de esta santa ciudad sólo un ojo, y sólo una mano?"

Luego, vi que también ellos se asombraban, pues les maravillaba que yo tuviera dos manos y dos ojos.

Y como hablaban entre sí y comentaban mi aspecto, les pregunté:

-¿Es esta la Ciudad Bendita, en la que todos viven con apego a las Escrituras?

-Sí, esta es la Ciudad, Bendita -me contestaron.

Y añadí-; ¿Qué desgracia os ha ocurrido, y qué sucedió a vuestros ojos derechos y a vuestras manos derechas?



Toda la gente parecía conmovida.

-Ven; y observa por ti mismo -me dijeron.

Me llevaron al templo, que estaba en el corazón de la ciudad. Y en el templo vi una gran cantidad de manos y ojos, todos secos.

-¡Dios mío! -pregunté-, ¿qué inhumano conquistador ha cometido esta crueldad con vosotros?

Y hubo un murmullo entre los habitantes. Uno de los más ancianos dio un paso al frente, y me dijo:

-Esto lo hicimos nosotros mismos:

Dios nos ha convertido en conquistadores del mal que había en nosotros. Y me condujo hasta un altar enorme; todos nos siguieron. Y aquel anciano me mostró una inscripción grabada encima del altar.

Leí: "Si tu ojo derecho peca, arráncalo y apártalo de ti; porque es preferible que uno de tus miembros perezca, a que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. Y si tu mano derecha peca, córtatela y apártala de ti, porque es preferible que uno de tus miembros perezca, a que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno".

Entonces comprendí:

Y me volví hacia el pueblo congregado, y grité:

"¿No hay entre vosotros ningún hombre, ninguna mujer con dos ojos y dos manos?"

Me contestaron:

"No; nadie; sólo quienes son aún demasiado jóvenes para leer las Escrituras y comprender su mandamiento".



Y al salir del templo inmediatamente abandoné aquella Ciudad Bendita, pues no era yo demasiado joven, y sí sabía leer las Escrituras.


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