sábado, 17 de noviembre de 2012

El elefante y la alondra



El elefante y la alondra eran amigos.

La alondra le señalaba al elefante los rincones más

sombreados de la selva,

y el elefante protegía con su presencia nocturna el nido de

la alondra de serpientes voraces y ardillas rapaces.

Un día el elefante le dijo a la alondra que le tenía envidia

por poder volar.

¡Cuánto le gustaría remontarse por los aires, ver la tierra

desde las alturas, llegar a cualquier sitio en cualquier momento!

Pero con su peso… ¡era imposible!

La alondra le dijo que era muy fácil. Se quitó con el pico una pluma

de la cola y le dijo:

“Aprieta fuerte esta pluma en la boca, y agita rápidamente

las orejas arriba y abajo“

El elefante hizo lo que la alondra le había dicho. Apretó con fuerza

la pluma en la boca para que no se le fuese y comenzó a agitar sus

grandes orejas arriba y abajo con toda su energía.

Poco a poco notó que se levantaba, despegaba, se sostenía

en el aire y podía ir donde quisiese por los aires con toda facilidad.

Vio la tierra desde las alturas, vio los animales y los hombres,

cruzó por lo alto el río profundo que había marcado el límite de

su territorio, exploró paisajes desconocidos, y volvió al fin, feliz y

contento a aterrizar al sitio donde había dejado a la alondra.

“No sabes cuánto te agradezco esta pluma milagrosa“, le dijo.

Y se la guardó cuidadosamente detrás de la oreja para volver

a usarla en cuanto quisiera volar otra vez.

La alondra le contestó:

“Oh, esa pluma. La verdad es que no vale nada. Se me iba a caer de

todos modos, y era inútil. Pero tenía que darte algo para que creyeras,

y se me ocurrió eso. Lo que te hizo volar fue lo bien que agitaste las orejas“

MORALEJA:

Y a ti, ¿qué te impide volar?

Siempre estamos buscando fuera lo que llevamos dentro.

Es que no aprendemos...



Del libro “El universo está en ti”,
de Claudio María Domínguez

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