lunes, 13 de junio de 2011

Concentración




Después de ganar varios concursos de arquería, el joven y jactancioso 
campeón retó a un maestro Zen que era reconocido por su destreza como 
arquero. El joven demostró una notable técnica cuando le dió al ojo 
de un lejano toro en el primer intento, y luego partió esa flecha con 
el segundo tiro. 

"Ahí está", le dijo al viejo, "¡a ver si puedes
igualar eso!". 

Inmutable, el maestro no desenfundo su arco, pero 
invitó al joven arquero a que lo siguiera hacia la montaña. 

Curioso 
sobre las intenciones del viejo, el campeón lo siguió hacia lo alto
de la montaña hasta que llegaron a un profundo abismo atravesado por 
un frágil y tembloroso tronco. 

Parado con calma en el medio del 
inestable y ciertamente peligroso puente, el viejo eligió como blanco 
un lejano árbol, desenfundó su arco, y disparó un tiro limpio y 
directo. 

"Ahora es tu turno", dijo mientras se paraba graciosamente 
en tierra firme. Contemplando con terror el abismo aparentemente sin 
fondo, el joven no pudo obligarse a subir al tronco, y menos a hacer 
el tiro. 

"Tienes mucha habilidad con el arco", dijo el maestro, "pero 
tienes poca habilidad con la mente que te hace errar el tiro".


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