Akela era un perro sano y fuerte. Pero esto no es todo, ya que era un perro especial y muy conocido por una rarísima particularidad: era superinteligente.
Un día, viendo que tanto Akela como su dueño habían desaparecido, los amigos de éste último decidieron ir a su casa para ver que había pasado. Subieron todas las escaleras que llevaban al último piso donde vivían Akela y su amo. Con sorpresa, encontraron al dueño de Akela en un estado depresivo piadoso.
"¿Qué te pasa?" -preguntaron los amigos preocupados-
"Es que... es que... ¡Akela se ha muerto!". El dueño empezó a llorar sin ni siquiera poder hablar.
Por mucho que los amigos le preguntaran cómo había pasado, él no podía articular frase a causa de su desesperación. Sólo podía reiterar y hacer hincapié en la extraordinaria inteligencia de Akela, en el hecho que seguramente no encontraría otro perro así y en que era mucho más inteligente que muchos humanos y sólo le faltaba el habla.
Alguien preparó una tila para que el consternado dueño se calmara. Al cabo de un largo rato el pobre hombre estaba listo para resumir los hechos que habían llevado a Akela a su fin.
"Ya sabéis -dijo- en esta casa acostumbramos a tener las ventanas cerradas, Un día me olvidé de cerrar una. En la calle había un perro que ladraba y Akela le oyó. Saltó por la ventana y ...¡Pobre Akela...era tan inteligente...!".
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