Juan debía salir de viaje por un largo tiempo, así que le encargó a José que cuidase el rosal de su jardín. Le advirtió que tan solo necesitaba un poco de agua cada día, y con eso sería suficiente. Justo cuando Juan partió, se desató en toda la región una terrible sequía, así que José debía hacer grandes sacrificios para conseguir el agua para el rosal. Cada mañana, debía levantarse temprano y recorrer bajo el sol rajante, el largo camino hacia el río para recoger un balde de agua fresca para el rosal. Pero jamás faltó a la cita. Cada día, llegaba José a la casa de su amigo con el balde de agua para el rosal.
Pasaron los meses, y un día se presentó Juan furioso en la casa de su amigo José y lo increpó: "¿No te pedí acaso que te ocupases de conseguir agua para mi rosal?". A lo que José le respondió: "Por supuesto que sí.. No sabes con cuánto amor y sacrificio me levanté fielmente cada mañana y bajo el rayo del sol caminé hacia el río para llenar un balde con agua para llevar a tu casa. No entiendo por qué me reclamas, si puse todo mi empeño en no permitir que jamás le faltara el balde de agua diario."
Juan, fuera de sus casillas le gritó: ¿Pero no sabías, estúpido, que tenías que echarle el agua al rosal? ¿De qué sirvió que llevases el balde de agua día tras día si lo dejabas junto a la puerta?"
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