viernes, 4 de noviembre de 2011

El mesaje



De mi infancia hay algunas cosas que conservo fresquitas en la memoria como si hubieran ocurrido ayer. Nosotros vivíamos en una pequeña finquita allá por Santa María de Catamarca. En aquel tiempo no habían bicicletas, ni autos, ni colectivos. Nos movíamos en burro o a caballo.

Me acuerdo clarito de un día en que mi tata andaba con cara de preocupado. Desde la noche anterior lo escuché quedarse despierto hasta tarde hasta que se le apagó el cigarro en la boca, y luego dar vueltas en la cama toda la noche. Por la mañana tempranito, un aire de nerviosismo volaba por toda la casa. La abuela también se mostró intranquila mientras nos servía la leche calentita recién ordeñada. En aquella época no existía la confianza que hay hoy entre padres e hijos, así que yo me quedé mudito, sin preguntar nada.

Después del desayuno, mi tata me agarró y me llevó para el corral. Con cara de muy serio, me subió al caballo y me entregó un papel en el que había algo escrito. Me dijo que debía ir a la casa del tío Marcos y entregarle ese mensaje, que era muy importante. Envolvió el papel en un pañuelo grande y me lo anudó al pecho, debajo del poncho. Me dio a mí un beso y una palmada en las ancas al caballo para que empezase a trotar.

Hacía frío. La mañana estaba despejada, pero el sol no alcanzaba a calentar ni un poquito. Eran varios kilómetros los que separaban la finca donde vivía el tío de la nuestra. Todos mis sentidos estaban puestos en llevar a destino el mensaje de mi tata. Me llevó casi media mañana llegar hasta lo del tío, a todo galope.

Cuando llegué, el tío estaba limpiando el establo de los caballos. Con el corazón latiéndome apresuradamente llegué hasta él, le di un beso y le entregué el mensaje de mi tata. Se ve que me había estado esperando porque no puso cara de sorpresa al verme, ni preguntó por el contenido del papel. El también tenía cara de preocupado. Al leer el mensaje, sonrió y me dio una palmadita en el hombro. Sin decir más me despedí y volví para casa.

El tata me estaba esperando en la tranquera y se alegró al verme acercarme por el camino. Al llegar me dio un abrazo bien fuerte. Ahora su cara se mostraba tranquila y serena. Esa fue suficiente recompensa para mí.

Nunca supe lo que decía aquel mensaje, pero yo sabía que era algo importante para mi tata, y eso bastaba para que también fuera algo importante para mí.


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