domingo, 29 de abril de 2012




Durante muchos años el Buda se dedicó a recorrer ciudades, pueblos y aldeas impartiendo la Enseñanza, siempre con infinita compasión. Pero en todas partes hay gente aviesa y desaprensiva. Así, a veces surgían personas que se encaraban al maestro y le insultaban acremente. 

El Buda jamás perdía la sonrisa y mantenía una calma imperturbable. Hasta tal punto conservaba la quietud y la expresión del rostro apacible, que un día los discípulos, extrañados, le preguntaron: 

--Señor, ¿cómo puedes mantenerte tan sereno ante los insultos? 

Y el Buda repuso: 

--Ellos me insultan, ciertamente, pero yo no recojo el insulto. 


Insultos o halagos, 
que te dejen tan imperturbable 
como la brisa de aire al abeto.


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