sábado, 31 de diciembre de 2011

No ofrezcas resistencia



De William Penn se cuenta una anécdota maravillosa. Desde la infancia, William Penn estaba habituado a portar una espada a toda hora, porque en su época, esa arma formaba parte del atuendo de un caballero. Un día, se le ocurrió que la espada era incongruente con sus creencias cuáqueras, pero por otra parte sabía que se sentiría muy avergonzado de no llevarla.

Consultó a George Fox, aunque no dudaba que su líder le diría: “Es algo malo. Debes dejar de usarla.”

Sin embargo, George Fox no le dio esa respuesta. Fox guardó silencio por un momento, y al cabo dijo: “Lleva tu espada hasta que no puedas llevarla más.

Aproximadamente un año después, Penn advirtió que llevar la espada sería más vergonzoso que andar sin ella, y le resultó muy fácil dejar de usarla.


viernes, 30 de diciembre de 2011

Cuento de la mica



Había una vez un rey que tenía tres hijos. Y el rey estaba desconsolado con sus hijos, porque los encontraba algo mamitas y él deseaba que fueran atrevidos y valientes. Se puso a idear cómo haría para sacarlos de entre las enaguas de la reina, quien los tenía consentidos como a criaturas recién nacidas y no deseaba ni que les diera el viento.

Un día los llamó y les dijo -Muchachos, ¿por qué no se van a rodar tierras? Le ofrezco el trono a aquel que venga casado con la princesa más hábil y bonita. Y lo mejor será que no digan nada a su mamá, porque ¿quién la quiere ver, si ustedes chistan algo de lo que les he propuesto?

Y dicho y hecho: a escondidas de la reina los príncipes alistaron su viaje. Para no dar malicia, no salieron todos el mismo día: primero salió el mayor, un lunes; después el de en medio, el miércoles; y el menor, el sábado.

El mayor cogió la carretera y anda y anda, llegó al anochecer a pedir posada a una casita aislada entre un potrero. Cuando se acercó, oyó unos gritos dolorosos, se asomó por una hendija y vio a una vieja que estaba dando de latigazos a una pobre miquita que lloraba y se quejaba como un cristiano, encaramada en un palo suspendido por mecates de la solera. El príncipe llamó: ¡Upe! ña María…

La vieja se asomó alumbrando con la candela.

Era una vieja más fea que un susto en ayunas: tuerta, con un solo diente abajo, que se le movía al hablar, hecha la cara un arruguero y con un lunar de pelos en la barba.

El joven pidió posada y la vieja le contestó de mal modo que su casa no era hotel, que si quería se quedara en el corredor y se acostara en la banca.

El príncipe aceptó, porque estaba muy rendido. Desensilló la bestia, la amarró de un horcón y él se echó en la banca y se privó.

Allá muy a deshoras de la noche, se levantó asustado porque alguien le tiraba de una manga. Sobre él, colgando del rabo, estaba la mica, que se había salido quién sabe por dónde.

Iba a gritar el príncipe, pero ella le puso su manecita peluda en la boca y le dijo: No grites, porque entonces va y me pillan aquí y me dan otra cuereada. Mirá, vengo a proponerte matrimonio y me sacas de esta casa.

Al muchacho le cogieron grandes ganas de reír, y no fue cuento, sino que reventó en una carcajada.

–Vos sos tonta– le contestó–. ¿Cómo me voy yo a casar con una mica? Si querés te llevo conmigo, pero para divertirme.

La pobre animalita se echó a llorar. –Así no, entonces no; yo sólo casada puedo salir de aquí. Y se puso a contar los malos tratos que le daba la vieja y a querer que le tocara su cuerpo y viera como lo tenía de llagado de los golpes. Pero el príncipe no la veía, porque se había vuelto a dejar caer y estaba dormido. Otro día muy de mañana se levantó y oyó otra vez a la vieja dando de escobazos a la mica. No tuvo lástima y siguió su camino.

Eso mismo le pasó al hijo segundo, quien siguió por la misma carretera. Este tampoco quiso cargar con la mica.

El tercero tomó también la carretera y al anochecer llegó a la casita del potrero. Y la misma cosa: la vieja dando de palos a la mica. Pero éste tenía el corazón derretido y no podía con la crueldad. Abrió la puerta, le quitó el palo a la vieja y la amenazó con darle con él si no dejaba a aquel pobre animal.

La vieja se puso como un toro guaco de brava y no quería dar posada al príncipe, pero él dijo que se quedaría en la banca del corredor y que allí pasaría la noche, aunque se enojara el Padre Eterno.

Y de veras, allí pasó la noche.

Allá en la madrugada lo despertaron unos jalonazos que le daban. Despertó azorado, restregándose los ojos. Una manita peluda le tapó la boca. Como ya comenzaban las claras del día, distinguió a la mica que se mecía sobre él, agarrada del techo por el rabo. Y la miquita se puso a llorar y a contarle su martirio. Luego le propuso matrimonio. Al principio el joven le llevó el corriente y quiso tomarlo a broma: le ofreció llevarla consigo y tratarla con mucho cariño, pero la mica comenzó a sollozar con una gran tristeza y por su carita peluda corrían las lágrimas.

–Así no– contestó– es imposible. Esta mujer es bruja y sólo si hallo quien se case conmigo, podré salir de entre sus manos.

Este príncipe, que siempre había sido de ímpetus, se decidió de repente a casarse con la mica. Donde dijo que sí, retumbó la casa y entre un humarasco apareció la bruja que gritaba: –¡Y ahora cargá con tu mica para toda tu vida!

El sintió de veras como si una cadena atara a su vida la de aquel animal. El príncipe montó a caballo y se puso la mica en el hombro. Conforme caminaban reflexionaba en su acción, y comprendía que había hecho una gran tontería.

A cada rato inclinaba más su cabeza. ¿Qué iba a decir su padre cuando le fuera a salir con que se había casado con una mona? ¡Y su madre, que no encontraba buena para sus hijos ni a la Virgen María! ¡Cómo se iban a burlar sus hermanos y toda la gente! La mica, que parecía que le iba leyendo el pensamiento, le dijo: –Mire, esposo mío. No vayamos a ninguna ciudad… metámonos entre esa montaña que se ve a su derecha y en ella encontraremos una casita que será nuestra vivienda.

El otro obedeció y a poco de internarse, dieron con una casa de madera que no tenía más que sala y cocina, con muebles pobres, pero todo que daba gusto de limpio. Al frente estaba una huerta y atrás un maizal y un frijolar, chayotera y matas de ayote que ya no tenían por donde echar ayotes.

La mica pidió al príncipe que fuera a buscar leña; ella cogió la tinaja y salió a juntar agua a un ojo de agua que asomaba allí no más. Un rato después, por el techo salía una columnita de humo y por la puerta, el olor de la comida que preparaba la mica y que abría el apetito.

Y así fue pasando el tiempo.

Los tres príncipes habían quedado en encontrarse al cabo de un año en cierto lugar.

El marido de la mica siempre estaba muy triste y pensaba no acudir a la cita. Pero ella, cuando se iba acercando el día señalado, le dijo: –Esposo mío, mañana váyase para que el sábado esté en el lugar en que encontrará sus hermanos.

El le preguntó: –¿Cómo sabés vos?

Pero ella guardó silencio.

De veras, otro día partió. La mica tenía los ojos llenos de agua al decirle adiós y a él le dió mucha lástima.

Cuando llegó al lugar, ya estaban allí sus hermanos, muy alegres. Le contaron que se habían casado con unas princesas lindísimas, que tenían unas manos que sabían hacer milagros.

El pobre no masticaba palabra y al oírlos, sentía ganas de que se lo tragara la tierra.

–Y vos, hombre, cuéntanos cómo es tu mujer– le preguntaron.

No se atrevió a confesar la verdad y les metió una mentira: –Es una niña tan bella que se para el sol a verla, y sabe convertir los copos de algodón en oro que hila en un hilo más fino que el de una telaraña.

Y sus hermanos al escucharlo, sintieron envidia. Cuando llegaron donde sus padres, fueron recibidos con gran alegría. Cada uno se puso a poner a su esposa por las nubes.

–Bueno– les dijo el rey– quiero antes que nada ver los prodigios que saben hacer. Cada una va a hilar y a tejer una camisa para mí y otra para la reina, tan finamente, que un muchachito de pocos meses las pueda guardar en su mano. A ver cuál queda mejor. Les doy un mes de plazo.

Volvieron los príncipes donde sus mujeres y les explicaron el deseo del rey.

Inmediatamente las princesas encargaron seda finísima y se pusieron a hilar. La mica no hizo nada, ni volvió a mentar la camisa. El marido la llamaba al orden, pero se hacía como si no fuera con ella y el príncipe se ponía cada vez más triste. El día de ir al palacio, lo despertó la mica muy de mañana; ya le tenía el caballo ensillado.

–¿Para qué me has ensillado mi bestia? No pienso ir adonde mis padres, porque no puedo llevarles lo que me pidieron.

Entonces ella le entregó dos semillas de tacaco.

–Aquí están las camisas– le dijo.

El muchacho no quería creer, pro la mica le dijo que si al abrirlas ante su padre no tenía lo que deseaba, él quedaría libre de ella.

Partió el príncipe y en el camino encontró a sus hermanos, que en cajas de oro, llevaban las camisas de un tejido de seda muy fino. Las costuras apenas si se veían y los botones eran de oro. Cuando el menor enseño sus semillas de tacaco, los mayores le hicieron burla. Al llegar ante el rey, se regocijó éste del trabajo de las dos nueras y se puso furioso cuando el otro le dió las semillas de tacaco. Como las cogió con cólera, las destripó y entonces de cada una salió una camisa de tela tan fina que una hoja de rosa se veía ordinaria a la par, y de una blancura tal, que parecía tejida con hebras hiladas del copo de la luna. Los botones eran piedras preciosas y las costuras no se podían ver ni buscándolas con lente. El rey y la reina casi se van de bruces y los hermanos salieron avergonzados y envidiosos.

Bueno–dijo el rey–. Estoy muy satisfecho del trabajo de vuestras esposas. Ahora que cada una me envíe un plato. Quiero ver cuál cocina mejor. Les doy una quincena de plazo.

El menor volvió muy contento donde su mica y le contó el nuevo capricho de su padre. La mica no volvió a mencionar el asunto, pero el príncipe esta vez esperó pacientemente. Eso sí, se sintió algo intranquilo cuando llegado el día, la vio coger para el cerco y volver con un gran ayote que echó a cocinar en la olla.

–Me le va a llevar esto a su tata– le dijo sacándolo y echándolo en un canasto.

El no hallaba como ir llegando con aquello. Pero los ojillos de la mica estaban nadando en malicia. Entonces se decidió, cogió su canasta y echó a andar. En el camino encontró a sus hermanos que venían seguidos de criados cargados de bandejas de oro y plata, con manjares exquisitos preparados por sus esposas.

Cuando lo vieron a él con su ayote entre un canasto, se burlaron y le hicieron chacota.

Se sentaron a la mesa y comenzaron a servir los platos y el rey y la reina hasta que se chupaban los dedos. Pero cuando fueron entrando con el ayote entre el canasto, el rey se enfureció como un patán y lo cogió y lo reventó contra una pared. Y al reventarse, salió volando de él una bandada de palomitas blancas, unas con canastillas de oro en el pico, llenas de manjares tan deliciosos como los que se deben de comer en el cielo en la mesa de Nuestro Señor; otras con flores que dejaban caer sobre todos los presentes. ¡Ave María! ¡Aquello si que fue algazara y media!

El rey les dijo: –Bueno, ahora quiero que me traigan una vaquita que ojalá se pueda ordeñar en la mesa, a la hora de las comidas. Les dió ocho días de plazo.

Los príncipes se fueron renegando de su padre tan antojado. Llegaron de chicha a contar cada uno a su esposa el antojo del rey. Sólo el menor no dijo nada, porque la cosa le parecía imposible.

A los ocho días fue entrando la mica con un cañuto de caña de bambú y lo entregó a su esposo: –Tome, hijo, y vaya al palacio. Tenga confianza y verá que le va bien. No lo abra hasta que llegue.

El muchacho cogió el cañuto y partió. En el patio encontró a sus hermanos con una vaquitas enanas del tamaño de un ternero recién nacido y llenas de cintas. Al verlo entrar sin nada, se pusieron a codearse y a reír.

A la hora del almuerzo fueron entrando con sus vacas y se empeñaron en que se subieran a la mesa, pero allí los animales dejaron una quebrazón de loza y una hasta una gracia hizo en el mantel. El rey y la reina se enojaron mucho y se levantaron de la mesa sin atravesar bocado.

A la comida, el rey preguntó a su hijo menor por su vaquita. El sacó el cañuto de caña de bambú, lo abrió y va saliendo una vaquita alazana con una campanita de plata en el pescuezo y los cachitos y los casquitos de oro. Las teticas parecían botoncitos de rosa miniatura. Se fue a colocar muy mansita frente al rey sobre su taza, como para que la ordeñara. El rey lo hizo y llenó la taza de una leche amarillita y espesa. Después se colocó ante la reina e hizo lo mismo, y así fue haciendo en cada uno de los que estaban sentados. Todos tenían un bigote de espuma sobre la boca.

Por supuesto que ustedes imaginarán cómo estaban los reyes con su hijo menor. ¡Ni para qué decir nada de esto!

Los otros, que se veían perdidos, salieron con el rabo entre las piernas.

–Ahora– dijo el rey– quiero que me traigan a sus esposas el domingo entrante.

–¡Aquí sí que me llevó la trampa! –pensó el hijo menor. Por un si acaso, se fue a las tiendas y compró un corte de seda, un sombrero, guantes, zapatillas, ropa interior, polvos, perfume y qué sé yo.

Y llegó con sus regalos adonde su esposa y le contó lo que deseaba su padre. La mica se hizo la sorda y en toda la semana trabajó nada más que en sus labores de costumbre: barrer, limpiar, hacer la comida y lavar.

Cada rato el marido le decía: –Hija, ¿por qué no saca el corte que le traje y hace un vestido?

Pero ella lo que hacía era encaramarse en su trapecio que estaba suspendido de la solera y hacer maroma colgada del rabo.

Cuando la veía en estas piruetas al príncipe se le fruncía la boca del estómago de la vergüenza… ¡Si su esposa no era sino una pobre mica!

El sábado pidió a su marido que fuera a conseguir una carreta y que la pidiera con manteado para ir así a conocer a sus suegros. El quiso persuadirla de que era muy feo ir en carreta, menos adonde el rey; que se iban a reír de ellos; que la gente de la ciudad era rematada y que por aquí y por allá. Pero la mica metió cabeza y dijo que si no iba en carreta, no iría.

El príncipe pensaba que eso sería lo mejor, y a ratos intentó no volver a poner los pies en el palacio, pero el caso es que fue a buscar y contratar la carreta.

El domingo quiso que su esposa se arreglara y adornara, que se envolviera siquiera en la seda que él había traído, porque deseaba que no le vieran el rabo. La mica, que era cabezona como ella sola, no quiso hacer caso y le contestó:

–Mire, hijo, para el santo que es con un repique basta–. Y se pasó la lengüilla rosada por el pelo.

Lo mandó que se fuera adelante y ella se metió entre la carreta.

El príncipe encontró de camino a sus hermanos que iban en sendas carrozas de cuatro caballos, cada uno con su esposa llena de encajes y plumas que pegan al techo del coche. Eran hermosotas, no se podía negar, y el joven volvió la cabeza y pegó un gran suspiro cuando allá vio venir la carreta pesada y despaciosa.

–¿Y tu mujer? –preguntaron los hermanos.

– Allá viene en aquella carreta.

Las señoras se asomaron y se taparon la boca con el pañuelo para que su cuñado no las viera reír. Los príncipes se pusieron como chiles, al pensar lo que podrían imaginar sus mujeres al ver que su cuñada venía entre una carreta cubierta con un manteado como una campiruza cualquiera.

Llegaron a la puerta del palacio. El rey y la reina salieron a recibir a sus hijos. Las dos nueras al inclinarse les metieron los plumajes por la nariz. En esto la carreta quiso entrar en el patio, pero los guardias lo impidieron.

–¿Y tu esposa? –preguntó el rey al menor de sus hijos, que andaba para adentro y para afuera haciendo pinino.

–Allí viene entre esta carreta– contestó chillado.

–¡Entre esa carreta! ¡Pero hijo, vos estás loco!

Y el gentío que estaba a la entrada del palacio se puso a silbar y a burlarse, al ver la carreta con su manteado detrás de aquellas carrozas que brillaban como espejos.

El rey gritó que dejaran pasar la carreta.

Y la carreta fue entrando, cararán cararán… Se detuvo frente a la puerta…

¡Al príncipe un sudor se le iba y otro se le venía! Deseaba que la tierra se lo tragara.

Tuvo que sentarse en una grada, porque no se podía sostener. ¡Ya le parecía oír los chiflidos de la gente donde vieran salir de la carreta una mica!

¡Pero fue saliendo una princesa tan bella que se paraba el sol a verla, vestida de oro y brillantes, con una estrella en la frente, riendo y enseñando unos dientes, que parecían pedacitos de cuajada!

Lo primero que hizo fue buscar al menor de los príncipes. Le cogió una mano con mucha gracia y le dijo: –Esposo mío, presénteme a sus padres–. Cuando se los hubo presentado, los reyes se sintieron encantados porque hacía una reverencias y decía unas cosas con tal gracia, como jamás se había visto.

El rey en persona la llevó de bracete al comedor y la sentó a su derecha. Durante la comida, sus concuñas, que no le perdían ojo, vieron que la princesa se echaba entre el seno, con mucho disimulo, cucharadas de arroz, picadillo, pedacitos de pescado y empanadas. Por imitar hicieron lo mismo. Después hubo un gran baile. Cuando empezaron a bailar, la princesa se sacudió el vestido y salieron rodando perlas, rubíes y flores de oro. Las otras creyeron que a ellas les iba a pasar lo mismo y sacudieron sus vestidos, pero lo que salió fueron granos de arroz, el picadillo, los pedazos de carne y las empanadas. Los reyes y sus maridos sintieron que se les asaba la cara de vergüenza.

Luego el rey cogió a su hijo menor y a su esposa de la mano y los llevó al trono. –Ustedes serán nuestros sucesores– les dijo. Pero ella con mucha gracia le contestó: Le damos gracias, pero yo soy la única hija del rey de Francia, que está muy viejito y quiere que mi esposo se haga cargo de la corona.

Al oír que era la hija del rey de Francia, el rey casi se va para atrás, porque el rey de Francia era el más rico de todos los reyes, el rey de los reyes, como quien dice. La princesa habló algunas palabras al oído de su marido, quien dijo a su padre:

–Padre mío, ¿por qué no reparte su reino entre mis dos hermanos? Así estará mejor atendido.

Al rey le pareció muy bien y allí mismo hizo la repartición. Los hermanos quedaron muy agradecidos. Luego se despidieron y se fueron para Francia en una carroza de oro con ocho caballos blancos que tenían la cola y las crines como cataratas espumosas. Esta carroza llegó cuando la carreta que trajo a la princesa iba saliendo del patio del palacio, y cuando estuvieron solos, la niña le contó que una bruja enemiga de su padre, porque éste no había querido casarse con ella, se vengó convirtiéndole a su hija en una mica la que volvería a ser como los cristianos cuando un príncipe quisiera casarse con esa mica.

Y después vivieron muy felices.

Y yo fui

Y todo lo vi

Y todo lo curiosee

Y nada saqué.


De Carmen Lyra.


jueves, 29 de diciembre de 2011

El portero del prostíbulo

   
 
No había en el pueblo peor oficio que el de portero del prostíbulo. Pero ¿qué otra cosa podría hacer aquel hombre? De hecho, nunca había aprendido a leer ni a escribir, no tenía ninguna otra actividad ni oficio.

Un día, se hizo cargo del prostíbulo un joven con inquietudes, creativo y emprendedor, que decidió modernizar el negocio. Hizo cambios y citó al personal para darle nuevas instrucciones.

Al portero, le dijo:

– A partir de hoy usted, además de estar en la puerta, va a preparar un reporte semanal donde registrará la cantidad de personas que entran y sus comentarios y recomendaciones sobre el servicio.

– Me encantaría satisfacerlo, señor –balbuceó– pero yo no sé leer ni escribir.

– ¡Ah! ¡Cuánto lo siento!

– Pero señor, usted no me puede despedir, yo trabajé en esto toda mi vida.

– Mire, yo comprendo, pero no puedo hacer nada por usted. Le vamos a dar una indemnización hasta que encuentre otra cosa. Lo siento, y que tenga suerte.

Sin más, se dio vuelta y se fue. El portero sintió que el mundo se derrumbaba. ¿Qué hacer? Recordó que en el prostíbulo, cuando se rompía una silla o se arruinaba una mesa, él lograba hacer un arreglo sencillo y provisorio. Pensó que ésta podría ser una ocupación transitoria hasta conseguir un empleo. Pero sólo contaba con unos clavos oxidados y una tenaza derruida. Usaría parte del dinero de la indemnización para comprar una caja de herramientas completa.

Como en el pueblo no había una ferretería, debía viajar dos días en mula para ir al pueblo más cercano a realizar la compra. Y emprendió la marcha. A su regreso, su vecino llamó a su puerta:

– Vengo a preguntarle si tiene un martillo para prestarme.

– Sí, lo acabo de comprar pero lo necesito para trabajar... como me quedé sin empleo...

– Bueno, pero yo se lo devolvería mañana bien temprano.

– Está bien.

A la mañana siguiente, como había prometido, el vecino tocó la puerta.

– Mire, yo todavía necesito el martillo. ¿Por qué no me lo vende?

– No, yo lo necesito para trabajar y además, la ferretería está a dos días de mula.

– Hagamos un trato –dijo el vecino. Yo le pagaré los días de ida y vuelta más el precio del martillo, total usted está sin trabajar. ¿Qué le parece?

Realmente, esto le daba trabajo por cuatro días... Aceptó. Volvió a montar su mula. A su regreso, otro vecino lo esperaba en la puerta de su casa.

– Hola, vecino. ¿Usted le vendió un martillo a nuestro amigo... Yo necesito unas herramientas, estoy dispuesto a pagarle sus cuatro días de viaje, más una pequeña ganancia; no dispongo de tiempo para el viaje.

El ex-portero abrió su caja de herramientas y su vecino eligió una pinza, un destornillador, un martillo y un cincel. Le pagó y se fue.

Recordaba las palabras escuchadas: "No dispongo de cuatro días para compras". Si esto era cierto, mucha gente podría necesitar que él viajara para traer herramientas. En el viaje siguiente arriesgó un poco más de dinero trayendo más herramientas que las que había vendido. De paso, podría ahorrar algún tiempo en viajes.

La voz empezó a correrse por el barrio y muchos quisieron evitarse el viaje. Una vez por semana, el ahora corredor de herramientas viajaba y compraba lo que necesitaban sus clientes. Alquiló un galpón para almacenar las herramientas y algunas semanas después, con una vidriera, el galpón se transformó en la primera ferretería del pueblo. Todos estaban contentos y compraban en su negocio. Ya no viajaba, los fabricantes le enviaban sus pedidos. Él era un buen cliente. Con el tiempo, las comunidades cercanas preferían comprar en su ferretería y ganar dos días de marcha.

Un día se le ocurrió que su amigo, el tornero, podría fabricarle las cabezas de los martillos. Y luego, ¿por qué no?, las tenazas... y las pinzas... y los cinceles. Y luego fueron los clavos y los tornillos... En diez años, aquel hombre se transformó, con su trabajo, en un millonario fabricante de herramientas.

Un día decidió donar una escuela a su pueblo. En ella, además de a leer y escribir, se enseñarían las artes y oficios más prácticos de la época. En el acto de inauguración de la escuela, el alcalde le entregó las llaves de la ciudad, lo abrazó y le dijo:

– Es con gran orgullo y gratitud que le pedimos nos conceda el honor de poner su firma en la primera hoja del libro de actas de esta nueva escuela.

– El honor sería para mí –dijo el hombre–. Nada me gustaría más que firmar allí, pero yo no sé leer ni escribir; soy analfabeto.

– ¿Usted? –dijo el Alcalde, que no alcanzaba a creer–. Usted construyó un imperio industrial sin saber leer ni escribir? Estoy asombrado. Me pregunto, ¿qué hubiera sido de usted si hubiera sabido leer y escribir?

– Yo se lo puedo contestar –respondió el hombre con calma–. Si yo hubiera sabido leer y escribir... sería el portero del prostíbulo!

Generalmente los cambios son vistos como adversidades. Las adversidades encierran bendiciones. Las crisis están llenas de oportunidades. Cambiar puede ser tu mejor opción.


miércoles, 28 de diciembre de 2011

Prueba de amistad



Mi amigo no ha regresado del campo de batalla, señor. Solicito permiso para ir a buscarlo". 

"Permiso denegado", replicó el oficial. "No quiero que arriesgue usted su vida por un hombre que probablemente ha muerto".

El soldado, haciendo caso omiso de la prohibición, salió, y una hora más tarde regresó mortalmente herido, transportando el cadáver de su amigo. El oficial estaba furioso: "¡Ya le dije yo que había muerto! ¡Ahora he perdido a dos hombres!

Dígame, ¿merecía la pena salir allá para traer un cadáver?" 

Y el soldado, moribundo, respondió: "¡Claro que sí, señor! Cuando lo encontré, todavía estaba vivo y pudo decirme: “Juan... estaba seguro de que vendrías.




martes, 27 de diciembre de 2011

El cazador miedoso y el leñador



Buscando un cazador la pista de un león, preguntó a un leñador si había visto los pasos de la fiera y dónde tenía su cubil.

-Te señalaré al león mismo. -dijo el leñador.

-No, no busco al león, sino sólo la pista- repuso el cazador pálido de miedo y castañeteando los dientes.

Si quieres ser atrevido 
en las palabras, 
con más razón 
debes ser valiente con los actos.


lunes, 26 de diciembre de 2011

Sami, el monstruo enamorado



Cómo iba a pensar Sami, el malvado monstruo del bosque de Lord, que algún día, su furia y agresividad pudieran desaparecer… Pero sí, ocurrió.

Un día, cuando Sami se encontraba a punto de llevar a cabo un malvado plan, que llevaba tiempo pensando hacer, y que era asustar a todos los niños del pequeño pueblo llamado Vill, situado en la colina más alta del bosque de Lord, alguien le interrumpió…

“¿Pero dónde crees que vas monstruo?, no puedes sobrepasar el río… ese es el acuerdo que hicimos los monstruos con los aldeanos de Vill“, le dijo una monstrua muy enfadada. Tan enfadada estaba que empezaban a salir pequeñas llamas de fuego por su boca.

“¿Y tú quién eres? A mí ese acuerdo me da igual, haré lo que quiera… Jajaja“, se burlaba Sami el monstruo, sintiendo algo raro en su estómago.

“¡¿Ah sí?, pues tendrás que pasar por encima de mí!”, dijo Victoria la monstrua, muy pero que muy enfadada.

“Pues pasaré por encima de tí, pero nadie impedirá que mis planes de asustar a los niños se lleven acabo“, dijo Sami.

Pero justo en ese momento, cuando el monstruo estaba decidido a quitarse de un plumazo, con sus puños de piedra a aquella monstrua, algo en su interior hizo que su cuerpo y brazos quedasen paralizados.

Sami, sólo podía hacer una cosa; mirar fijamente a los grandes ojos verdes que tenía la monstrua.

“Venga, si eres tan valiente que haces ahí quieto, ¿no decías que podías conmigo?“, le dijo la monstrua con más confianza al ver que Sami no le iba hacer nada.

“Es que… lo he pensado mejor y creo que no debo saltarme el acuerdo que hicimos con los aldeanos de no cruzar el río“, dijo Sami tartamudeando y algo tímido.

La monstrua cambió enseguida su actitud, algo sorprendida del repentino cambio que había tenido aquel monstruo y le dijo más tranquila: “Voy a regresar al bosque, si quieres podemos ir juntos“.

“Claro que sí“, dijo Sami entusiasmado.

Así fue, como Sami corrigió su mal comportamiento y su caracter, con el amor. Por si no lo sabías, Sami y la monstrua se enamoraron y vivieron felicespara toda la vida en el bosque de Lord.


domingo, 25 de diciembre de 2011

La música que venía de la casa





En Nochebuena, el rey invitó al primer ministro a unirse a él en su habitual paseo juntos. Disfrutaba viendo las decoraciones de las calles, pero como no quería que sus súbditos gastaran demasiado dinero en ellas sólo para complacerle, los dos hombres siempre se disfrazaban de mercaderes provenientes de algún lugar remoto. 

Caminaron a través del centro de la ciudad, admirando las luces, los árboles de Navidad, las velas ardiendo en los portales de las casas, los estantes vendiendo regalos, y los hombres, mujeres y niños apresurándose para celebrar una Navidad alrededor de una mesa bien dispuesta de comida. 

Mientras volvían pasaron por un barrio más pobre, en el que la atmósfera era bien distinta. No había luces, ni velas, ni deliciosos aromas de comida a punto de ser servida. Apenas había un alma en las calles y, como hacía cada año, el rey señaló al primer ministro que de verdad tenía que prestarle más atención a los pobres de su reino. El primer ministro asintió, a sabiendas de que el asunto sería pronto olvidado de nuevo, enterrado bajo la burocracia diaria de presupuestos que aprobar y discusiones con dignatarios extranjeros. 

De repente, escucharon música proveniente de una de las casa más pobres. La choza era tan endeble y las planchas de madera podrida tenían tantas grietas que pudieron espiar lo que que estaba ocurriendo en su interior. Y lo que vieron era complemente absurdo: un anciano en una silla de ruedas llorando al parecer, una muchacha con la cabeza rapada bailando, y un joven de ojos tristes golpeando una pandereta y cantando una canción popular. 

‘Voy a enterarme de lo que ocurre.’ – dijo el rey. 

Llamó a la puerta. La música paró, y el joven abrió. 

‘Somos mercaderes buscando un lugar donde dormir. Escuchamos la música, vimos que seguíais despiertos, y nos preguntamos si podríamos pasar la noche aquí.’ 

‘Podéis alojaros en un hotel de la ciudad. Nosotros, desgraciadamente, no podemos ayudaros. A pesar de la música, esta casa está llena de tristeza y sufrimiento.’ 

‘¿Podemos saber porqué? 

‘Es todo por mi culpa’ – habló el anciano en la silla de ruedas. ‘He pasado toda mi vida enseñando caligrafía, para que un día puediera conseguir trabajo como escriba de palacio, Pero los años han pasado y ningún puesto ha salido a concurso. Y entonces, anoche, tuve un sueño estúpido: un ángel se me apareció y me encargó comprar un cáliz de plata porque, dijo el ángel, el rey vendría a visitarme. Bebería del cáliz y le daría un trabajo a mi hijo.’ 

‘El ángel era tan persuasivo que decidí hacer lo que me pedía. dado que no tenemos dinero, mi nuera fue al mercado esta mañana para vender su pelo y que pudiéramos comprar ese cáliz. Los dos están haciendo lo que pueden para contagiarme el espíritu de la Navidad cantando y bailando, pero no hay nada que hacer.’ 

El rey vio el cáliz de plata, pidió un poco de agua para saciar su sed y, antes de partir, dijo a la familia: 

‘Sabéis, estuvimos hablando con el primer ministro hoy, y nos dijo que la semana que viene se anunciaría una vacante para escriba de palacio.’ 

El anciano asintió, sin creer demasiado en lo que oía, y se despidió de los extranjeros. A la mañana siguiente, sin embargo, un proclama real fue leída en todas las calles del país; se necesitaba un nuevo escriba en la corte. El día señalado, la sala de audiencias del palacio estaba a rebosar de gente ansiosa por competir por ese puesto tan codiciado. El primer ministro entró y pidió a todos que preparasen su papel y lápiz: 

‘Aquí está el tema de la disertación: ¿Porqué un anciano llora, una joven con la cabeza rapada danza y un joven triste canta?’ 

Un murmullo de incredulidad atravesó al habitación. Nadia sabía como contar una historia así, excepto el joven vestido de forma andrajosa sentado en una esquina, que sonrió ampliamente y empezó a escribir. 




sábado, 24 de diciembre de 2011

La fiesta del cumpleaños de Martín



Ya quedaba muy poco tiempo para que llegara el gran día de Martín, un niño muy juguetón al que todo el mundo quería, pues era un niño encantador y bondadoso con los demás, la fiesta de su cumpleaños.

Martín iba a cumplir 8 años, y desde hacía unos meses, sólo pensaba en lo bien que se lo pasaría con sus amigos en la fiesta de cumpleaños que organizarían en el jardín de su casa. Y es normal, porque sus padres le organizaban una fiesta por todo lo alto. Venían payasos, malabaristas, e incluso ponían dos camas elásticas para que Martín y sus amigos se lo pasaran en grande dando saltos sin parar.

Pero lo que Martín no sabía es que este año sus padres no podrían organizarle ese tipo fiesta, pues se habían gastado sus ahorros en comprar un coche nuevo.

Los padres de Martín no querían desilusionarle, y no paraban de pensar y pensar, en cómo organizar una fiesta de cumpleaños más humilde; sin payasos, ni malabaristas, ni colchonetas… pero que Martín nunca la olvidara. Después de varios días, los padres de Martín tuvieron una idea.

Se pusieron en contacto con todos los amigos de Martín, explicándoles que necesitaban su ayuda para que Martín tuviera una fiesta de cumpleaños por todo lo alto, pero gastando muy poco dinero, pues no tenían.

El plan era el siguiente, cada de uno de sus amigos se encargaría de llevar algo a la fiesta de cumpleaños. Luis, por ejemplo, se encargaría de hacer los sandwiches, Alberto, de llevar un pastel que él mismo elaboraría, y así todos los demás.

¡Llegó el gran día, hoy era el cumpleaños de Martín!

“¡Felicidades!“, dijeron a la vez los padres de Martín al entrar en su cuarto para despertarlo.

“¡Gracias!“, respondió Martín aún muy dormido y se abrazó a ellos.

“Esta tarde será tu fiesta de cumpleaños, esperamos que te guste, ya que este año será algo diferente al resto de años“, le dijo su padre.

“¡Seguro que sí!“, respondió Martín algo más despierto.

Como todos los días, Martín fue al colegio dónde recibió multitud de felicitaciones de amigos y profesores, y algún que otro tirón de orejas. Al finalizar el colegio, Martín junto con el resto de sus amigos, se dirigieron a su casa, dónde sus padres los esperaban.

Cuando Martín abrió la puerta del jardín se encontró un cartel enorme en el que ponía “¡Felicidades Martín! Eres un gran amigo” en letras de colores, y justo debajo, estaban las firmas de todos sus amigos.

Justo debajo del cartel, había una mesa enorme en la que había muchísima comida y bebida, todo ello preparado por sus amigos y sus padres.

Además, habían preparado diferentes juegos ubicados por todo el jardín; canicas, una cuerda para saltar, un pequeño campo de fútbol formado por una línea pintada con tiza del cole y unas maderas viejas como porterías que tenía el padre de Martín en el trastero.

Este cumpleaños fue muy especial para Martín, pues se dio cuenta que gracias a la bondad y la cooperación de sus amigos y sus padres, pudo tener una fiesta de cumpleaños estupenda, por lo que siempre les estaría muy agradecido.


viernes, 23 de diciembre de 2011

El rey panadero


Había una vez un rey, llamado Luis, que prometió a todos los ciudadanos del reino una bolsa de pan cada día, para que ninguna familia pasara hambre .

Todos los habitantes estaban felices y contentos con el rey Luis, porque gracias a él tenían pan para comer cada día.

Pero llegaron los malos tiempos, y los productores de pan tuvieron que dejar de vender pan al rey Luis. El rey Luis no descansó hasta encontrar otro productor de pan que le abasteciera para todo su reino, y finalmente lo encontró.

Al cabo de unos meses, los negocios le volvieron a ir mal al nuevo productor de pan, y tuvo que dejar de vender pan al rey Luis.

El rey siguió buscando otro productor de pan, pero ya no encontró ninguno más en todo el país, por lo que tenía que encontrar alguna solución.

Reunió a todos los ciudadanos en la plaza del castillo, y les invitó a que alguno de ellos que estuviera sin trabajo, hiciera el pan para todo el reino. Ese día, en la plaza había un hombre que no tenía trabajo y se ofreció para ser el nuevo panadero.

Lamentablemente, después de 2 meses en los que los vecinos se quejaban del pan tan malo que tenían que comer, el panadero del reino admitió que no le salían bien las barras de pan y que no quería seguir trabajando de panadero.

El rey Luis estuvo pensando durante días cómo resolver el problema que se le había presentado. No quería que su promesa de dar de comer todos los días a los habitantes de su reino se esfumara como el humo.

Así que, después de mucho darle vueltas, decidió ser él mismo el nuevo panadero del reino.

Hizo de su castillo una gran panadería, y no sólo consiguió abastecer de pan a su reino, sino que vendió pan a todo el país, llevado por la fama de su pan tan rico.

Luis, el rey panadero, se convirtió en el más famoso de todos los reyes que había tenido el reino.

Mantenerse firme en una promesa, 
suele traer muchos premios consigo. 
Siempre que prometas algo, 
trata de esforzarte por cumplirlo.


jueves, 22 de diciembre de 2011

La iluminación




«¡Dame la enhorabuena!» 

«¿Por qué?» 

«Porque al fin he encontrado un trabajo que ofrece unas excelentes perspectivas de ascenso». 

El Maestro dijo en tono pesimista: 

«Ayer eras un sonámbulo, y hoy sigues siéndolo. Y lo serás hasta el día en que te mueras. 

¿De qué ascenso hablas?» 

«Hablo de un ascenso económico, no de un ascenso espiritual ...» 

«Ya veo ... : un sonámbulo con una cuenta corriente que no es capaz de disfrutar por no estar despierto ». 


miércoles, 21 de diciembre de 2011

Anorexia Sexual



«El mundo moderno está padeciendo 
de creciente anorexia sexual», dijo el psiquiatra. 

«Y eso qué es?», preguntó el Maestro. 

«Pérdida del apetito sexual». 

«Eso es terrible!», dijo el Maestro. 

« Y cómo se cura?» 

«No lo sabemos. ¿Lo sabes tú?» 

«Creo que sí» 

«Cómo» 

«Haciendo que el sexo vuelva a ser pecado, 
dijo el Maestro con una maliciosa sonrisa. 



martes, 20 de diciembre de 2011

Los temas de sexualidad.




Alguien le habló al Maestro del extraordinario éxito que estaba teniendo una revista dedicada a temas de sexualidad.

«¡Mal asunto ... !», fue el comentario del Maestro.

«Del sexo, como de la Realidad, puede decirse que, cuanto más lees sobre él, menos lo conoces ...»

Y luego añadiría: « ... y menos lo disfrutas».



lunes, 19 de diciembre de 2011

La obsesión de comprar tierras.



El Maestro contó en cierta ocasión 
el caso de un labrador obsesionado en adquirir tierras. 

« Me gustaría tener más tierras», 
le dijo un día al Maestro. 

«Para qué?», preguntó éste. 
«¿No tienes ya suficientes?» 

«Si tuviera más tierras, podría criar más vacas». 

«Y qué harías con ellas?» 

«Venderlas y hacer dinero». 

«Para qué?» 

«Para comprar más tierras y criar más vacas ...» 



domingo, 18 de diciembre de 2011

Los avances de la tecnología moderna




Le preguntaron al Maestro qué pensaba él 
de los avances de la tecnología moderna. 

Y ésta fue su respuesta: 

Un profesor bastante distraído llegaba tarde a dar su clase. 
Saltó dentro de un taxi y gritó:  
«¡Deprisa! ¡A toda velocidad!» 

Mientras el taxista cumplía la orden, 
el profesor cayó en la cuenta de que 
no le había dicho adónde tenía que ir. 

De modo que volvió a gritarle: 

«¿Sabe usted adónde quiero ir?» 

«No, señor», dijo el taxista,  
«pero conduzco lo más rápido que puedo». 


sábado, 17 de diciembre de 2011

La creencia en Dios.



El predicador estaba decidido a arrancarle al Maestro una declaración inequívoca de su creencia en Dios. 

¿ Crees que hay un Dios ? 

«Por supuesto que sí», dijo el Maestro. 

Y crees que Él lo hizo todo?» 

«Claro que sí. Por supuesto que lo creo». 

¿ Y quién hizo a Dios?» 

Tú, dijo el Maestro. 

El predicador estaba horrorizado 

¿Quieres decir en serio que soy yo quien ha hecho a Dios ?, preguntó. 

«Al dios en el que tú piensas .... sí, respondió el Maestro con su habitual placidez.» 



viernes, 16 de diciembre de 2011

El «reformista laboral»




Los problemas humanos 
se resisten tenazmente a las soluciones ideológicas, 
como tuvo ocasión de comprobar el «reformista laboral» cuando llevó al Maestro a ver 
cómo se abría una zanja con métodos modernos. 

«Esta máquina», le dijo, 
«ha dejado sin trabajo a decenas de hombres. 

Habría que destruirla 
y poner en su lugar a cien hombres trabajando con palas». 

«¿Y por qué no», dijo el Maestro, 
«a mil hombres trabajando con cucharillas?»


jueves, 15 de diciembre de 2011

Mirar sin interpretar



El Maestro explicaba a sus discípulos 
que alcanzarían la Iluminación 
el día en que consiguieran mirar sin interpretar. 

Ellos quisieron saber en qué consistía mirar interpretando. 

Y el Maestro lo explicó así: 

Dos peones camineros católicos se hallaban trabajando justamente delante de un burdel cuando, de pronto, 
vieron cómo un rabino se deslizaba furtivamente en la casa. 

«¿Qué vas a esperar de un rabino?», se dijeron el uno al otro. 

Al cabo de un rato, el que entró fue un pastor protestante. 

Ellos no se sorprendieron: «¿Qué vas a esperar.....?

Entonces apareció el párroco católico, que,  
cubriéndose el rostro con una capa, 
se deslizó también en el edificio. 

«Es terrible, ¿no crees? 

Una de las chicas debe de estar muy enferma». 



miércoles, 14 de diciembre de 2011

" El amor desinteresado "



«¿Existe eso del " amor desinteresado "?», 
le preguntaron al Maestro. 

Y éste, en respuesta, narró la siguiente historia: 

Cuando murió, el señor Buenazo 
tuvo que aguardar a la puerta del cielo 
mientras los ángeles examinaban los archivos referidos a él. Finalmente, el ángel encargado del registro 
le miró y exclamó: «¡Esto es fabuloso! 
¡Es realmente inaudito! 
¡En toda tu vida no has cometido ni un solo pecado, 
ni el más pequeño.. 
¡No has hecho más que actos de caridad! 

¿En qué categoría vamos a incluirte en el cielo? 

Por supuesto que no en la categoría de ángel, 
porque no lo eres... 
Tampoco podemos considerarte un ser humano, 
porque no has tenido ni una sola debilidad... 
No hay más remedio que enviarte de nuevo a la tierra 
durante un día, para que al menos puedas cometer un pecado... y regresar aquí como un ser humano». 

Así fue como el señor Buenazo, 
disgustado y totalmente perplejo, 
se encontró de nuevo en una esquina de su ciudad, 
decidido a alejarse al menos un paso 
del sendero recto y estrecho. 

Pasó una hora .... dos..., tres .... 
y allí seguía el señor Buenazo, 
preguntándose qué demonios tendría que hacer. 

Por eso, cuando una mujer pasó por allí y le hizo un guiño, 
él reaccionó con inusitada rapidez. 
La mujer no era precisamente 
un dechado de juventud ni de belleza, 
pero significaba para él su pasaporte al cielo; 
de modo que se fue a pasar la noche con ella. 

Cuando amaneció, el señor Buenazo miró su reloj: 
debía darse prisa, pues no le quedaba más que media hora. Estaba vistiéndose a todo correr cuando, de pronto, 
se le heló la sangre al escuchar cómo la buena señora 
le gritaba desde la cama: 

« Oh, mi querido señor Buenazo, 
qué inmensa obra de caridad 
ha hecho usted conmigo esta noche!»